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Aguirre con piel de cordero

A Rajoy lo han chuleado navaja cabritera en mano. Primero Gallardón, después y peor Esperanza Aguirre. Cuando dos gallitos aprietan para los adentros disputándose por anticipado los posibles despojos del candidato y del partido, el líder tangado siempre pierde plumas ante los ciudadanos. Una crisis mal administrada y de la que todos salen debilitados.

el 14 sep 2009 / 22:54 h.

Ruiz-Gallardón, que se ponga como se ponga el ala dura del PP -si es que el PP no es a estas alturas ideológicamente monolítico- es el único que puede representar en el futuro otro modelo de partido de centro-derecha (por eso lo han excluido, claro) nunca ha disimulado su ambición. Tampoco lo hizo Rato y lo mandaron al FMI. Pero la ambición es sana si la contraponemos al almibarado protocolo de genuflexiones al uso, del tanto postrarse de hinojos ante el jefe, de tanta sumisión orgánica al hiperliderazgo del profeta verdadero: "Estoy para que lo que Mariano Rajoy, diga, para que me coloque donde crea que le soy más útil", proclamaba horas después del Gallardonazo la dirigente Soraya Sáenz de Santamaría, quien con encendida entrega y desbocada fidelidad sigue escalando puestos en el PP. Gallardón no es de esos y así le ha ido internamente. Social y electoralmente le fue muy bien: ganó dos veces por mayoría absoluta en la comunidad de Madrid y ha renovado con el 56%de los votos la alcaldía más importante de España. No es mal currículum para el hijo de uno de los fundadores del PP, un político tan relamido como inteligente, tan calculador como ambicioso, tan acostumbrado a cebar la osadía como aparentar prudencia y prometer fidelidades. Pero así es la política, Gallardón ha sido puesto en la picota y en el precipicio de su carrera política. De momento. Lo cierto es que su ofrecimiento no debía haberle ocasionado mayores problemas a Rajoy. Si el presidente del PP lo hubiera dejado fuera de las listas hace meses, simplemente Gallardón habría sido derrotado en sus aspiraciones. Pero, insisto, que por eso ha sido Esperanza Aguirre la que realmente ha ayudado a apretar el nudo corredizo sobre el cuello de Rajoy: su envite para dimitir como presidenta de la comunidad de Madrid -provocando una crisis institucional importante a diferencia de Gallardón, cuyo cargo de alcalde es compatible con el de diputado electo- para ir en las listas si Gallardón también concurría, iba envenenado y ha convertido, sin remedio, a Rajoy en perdedor del envite. Ella podrá exhibir la sonrisa ganadora frente a su eterno rival, pero a quien ha jodido es a Rajoy. Es de manual.

Hasta ahora se suponía que sólo Gallardón era poseedor de una ambición sin límites, como la propia Aguirre se ha encargado de subrayar en repetidas ocasiones. Ahora ya sabemos dos cosas: que la ambición de Aguirre es tan grande como la del alcalde de Madrid y que piensa pisar a quien haya que pisar para alcanzar la dirección del PP y la candidatura a la presidencia ante el cuerpo presente de un Rajoy hipotéticamente derrotado. Es a Rajoy al que no debe llegarle la camisa al cuello en estos días comprobada la voracidad sucesoria que late en su partido. Un partido, el PP, que ha demostrado con obscena claridad que desconfía de su victoria. ¿Alguien piensa que hubiera sido posible un pulso semejante a Aznar? Frente a Rajoy, el ex presidente tenía una virtud: el control férreo del partido, la administración de los tiempos y la capacidad infinita de sembrar pánico entre sus propios dirigentes, incapaces de sostenerle la mirada y mucho menos de replicarle o apretarle en público. No es el caso del Rajoy desplumado por sus propias huestes este enero frío y ventoso que conduce al incierto marzo electoral. Al PP acaba de ocurrirle algo funesto: los españoles perciben que sus listas se están haciendo en clave interna, con el objeto de ocupar puestos para preparar el futuro. No están los mejores, sino los más fieles. Al líder lo han estado pelando durante meses sin que se diera cuenta. ¡Cuánto tiempo callada y esperando el momento Esperanza Aguirre¡, dispuesta a amenzar con dimitir para no perder pie en la carrera sucesoria. Consumado el Gallardonazo, veremos qué hace el alcalde de Madrid después del 9M. Si se marcha puede hacer bueno el adagio que apuesta por el regreso triunfante de los que se van antes de que los echen y que regresan victoriosos cuando se les reclama. Otra cosa es que la clá mediática que atenaza al PP y le hipoteca la agenda permita mayores alegrías en el futuro. Dirá Rajoy que los que no votan nunca al PP son los que reclaman con ahínco al alcalde de Madrid. Y seguramente tienen razón, pero no caen en que esos mismos son los que algún día podrían a votar al PP con un Gallardón - un político de derechas pero moderado, culto, tolerante, moderno- al frente.

El fichaje de Manuel Pizarro ha quedado en agua de borrajas. Y es una pena porque creo que es una buena noticia su incorporación a la política, necesitada de gente brillante. Es preferible cien veces gente del fuste de Pizarro que a muchos neófitos sacamantecas y ganapanes refinados que ha promocionado el PP. Hay que admitir el valor del paso adelante de Pizarro para mojarse en los albañales de la política, especialmente en el caso de alguien que hace años podría dedicarse a jugar al golf plácidamente y a mantener intacta su influencia en el PP desde la parte en sombra del escenario. El PSOE ha cumplido con su papel: lo ha desacreditado, lo ha puesto como modelo infausto de entender la gestión y cobrar indemnizaciones millonarias e incluso Chaves ha recordado los apagones que se produjeron en Andalucía cuando ocupaba la presidencia de Endesa. Rajoy tampoco estuvo fino al desacreditar a Solbes para contraponerlo con la pericia y el prestigio de Pizarro. Solbes es otro político de prestigio, riguroso, de los que está necesitado este país. Ninguno de los dos sobran. Al revés: cien más como ellos elevarían notablemente el nivelito actual. ¿por qué resulta tan difícil en la política española callarse la boca antes de decir tonterías? ¿no es posible saludar sin dobleces la incorporación de gente con valía a la gestión pública?

La diferencia entre Pizarro y Gallardón es que el primero es un absoluto desconocido para el gran público, aunque aporta credibilidad en caladeros donde es imprescindible tenerla. Pero no gana elecciones. Y Gallardón le aportaba al PP lo que no tiene Pizarro: popularidad, experiencia en tareas públicas, una imagen moderada y un exitoso curriculum electoral. Mariano Rajoy sabrá si puede prescindir de uno de ellos y si lo ha hecho en favor del otro. Al candidato popular le queda lo más difícil: le toca ganar el 9-M para que los lobos de su partido no prescindan de él. Ya están afilando los dientes.

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