Cultura

Ahora manda el genio de Farruquito

Llevamos treinta años viendo baile flamenco y nunca habíamos visto nada parecido a lo que Farruquito ha creado para reinventar la danza jonda gitana, convertida desde hace años en baratija por falsos mesías del nuevo flamenco. Ahora manda Juan Manuel Montoya, Farruquito, engendrado por el ya ausente Juan Fernández Flores, El Moreno, y por Rosario Montoya Manzano, La Farruca. Foto: Antonio Acedo.

el 15 sep 2009 / 11:42 h.

Llevamos treinta años viendo baile flamenco y nunca habíamos visto nada parecido a lo que Farruquito ha creado para reinventar la danza jonda gitana, convertida desde hace años en baratija por falsos mesías del nuevo flamenco.

Ahora manda Juan Manuel Montoya, Farruquito, engendrado por el ya ausente Juan Fernández Flores, El Moreno, y por Rosario Montoya Manzano, La Farruca, para que ocurriera lo que ocurrió anoche en la Isla de la Cartuja: que un chaval gitano nacido para bailar, nieto del más grande, Antonio El Farruco, le devolviera al maltrecho baile flamenco su hondura perdida, el pellizco, la profundidad, la estética varonil y la emoción.

Puro no es un espectáculo perfecto, como no lo es el arte, pero el flamenco llevaba un siglo esperando a Farruquito, que ha tenido que sufrir el cruel latigazo del destino para curtirse y darse cuenta de que La Farruca no lo parió en vano.

Puro no es perfecto, pero es un espectáculo revolucionario desde el punto de vista técnico, con una puesta en escena sin precedentes, con audiovisuales que te dejan helada la saliba, con una base de cante y guitarra de una potencia no exenta de enjundia, con un sonido extraterrestre y un ritmo calculado pero donde la emoción lo invade todo.

Sin embargo, eso no valdría para nada sin Farruquito: verlo andar es ya parte fundamental de lo jondo; su mirada es una seguiriya gitana y cada zapatazo suyo es el temblor que hacía falta para que se levantaran los muertos del baile más puro y renaciera, por obra y gracia de quien ya manda en esto, la danza que crearon aquellos que regalaban su arte por un pedazo de pan bendito cuando en Andalucía la baja las penas olían a sopas de tomate y café migao.

Aires abandolaos, zapateados que no eran sino tanguillos, seguiriyas y tonás evocando fraguas de la calle Evangelista de Triana, alegrías que soñarían La Juanaca y La Carbonera durmiendo la mona en un velador del café del Burrero, tangos canasteros, soleares secas y poéticas y bulerías frenéticas. Y al frente de todo eso, el genio de Farruquito y la magia de Manuel Molina.

Cabría el análisis crítico, el pedante apunte, la oportuna correción. Pero eso lo dejamos para otro día, cuando la emoción se haya quedado sólo pintiparada en la piel como la picadura de un mosquito. Esta noche nos resulta imposible ejercer la noble función del crítico frío porque los alfileres de la emoción me han atravesado la dermis y se han clavado en entrañas de tal manera que no podría cantar ni una milonga. Ahora manda Farruquito. Lo parieron para eso.

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