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Al amor del fin de agosto

Hasta hace bien poco -menos de medio siglo- eran los más pequeños quienes escuchaban los relatos de los mayores, al amor de la lumbre rural en el invierno o al lado de un puerto si los que relataban eran marinos; no hace tanto que pude ver en Blankenesse, en una altura que domina el Elba, cómo los viejos capitanes contaban sus correrías por los mares del Sur la tarde de un domingo.

el 15 sep 2009 / 10:54 h.

Hasta hace bien poco -menos de medio siglo- eran los más pequeños quienes escuchaban los relatos de los mayores, al amor de la lumbre rural en el invierno o al lado de un puerto si los que relataban eran marinos; no hace tanto que pude ver en Blankenesse, en una altura que domina el Elba, cómo los viejos capitanes contaban sus correrías por los mares del Sur la tarde de un domingo.

Ahora todo ha cambiado: en la estación de Santa Justa o en el aeropuerto se agolpan los mayores para recoger a sus hijos que vuelven. Vienen de Inglaterra o de Irlanda por aquello del inglés que es lo único que no han aprendido, o de pasar el mes con el padre o la madre, ex pareja de quien los recoge, o de hacer el Camino de Santiago, o sabe Dios.

Vienen trayendo fresco en los ojos y en la cabeza un mundo que no tuvimos a su edad la mayoría de nosotros, los de los veranos en Chipiona o en la sierra de ahí al lado; ni siquiera se les pasará por la imaginación lo que significaba en nuestro tiempo -el tiempo en el que emigraban millones de españoles- pasar una frontera.

Son por tanto ellos los que estos días contarán sus historias llenas de color, de anécdotas, de vida vivida con más intensidad que la nuestra. Y, aunque también parezca mentira, habrá aún muchos mayores que les dirán llenos de convencimiento y de amor patrio: Pero, ¿a que la Torre de Londres no es tan alta como la Giralda?

Antonio Zoido es escritor e historiador.

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