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Al Real le estallan las costuras

Si las 15 calles de albero que se entrecruzan en el Real cosieran en conjunto la forma de un traje de flamenca, ayer ese traje habría roto las costuras. Las primeras horas de la mañana, la Feria recibió a los extranjeros y a los que venían de otras provincias, y a las familias que bajaban del Aljarafe y a los que venían de los pueblos de la corona metropolitana.

el 16 sep 2009 / 02:08 h.

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Dos ingleses y un escocés de Aber- deen que nunca antes han visitado España llegan a Sevilla en un avión procedente de Londres. Aterrizan en la tarde-noche y se alojan en un conocido hotel del centro histórico. Uno de ellos acaba de divorciarse, y juntos han decidido venir a ver la Feria y los toros. A los toros ya les dijeron, nada más llegar, que no podrían ir porque no quedan entradas. Todos tienen más de 50 años, el pelo canoso y rubio y la piel del color del helado de nata y fresa. Los tres toman un taxi, pagan 20 euros para llegar desde el Centro al Real y se plantan ante la portada, ayer, a las 13.00 horas, cuando el recinto ferial aún está semivacío y los camiones de Lipasam riegan las calles.

Apenas les ha dado tiempo a ver Sevilla, y ninguno había estado antes en España, así que su primer contacto con el país está allí mismo, cuando cruzan el arco de la portada y echan a caminar por la Feria. Las primeras calles que ven son calles con farolillos. Las casas son casetas de lona. Los nativos van vestidos con un extraño traje de colorines y volantes. El medio de transporte es el caballo o unos suntuosos carruajes con cascabeles. Se ve una algarabía mezclada con música en la calle, y todos hablan a la vez y terminan cantando juntos. Hay poca gente a esas horas, y los que hay se cubren con gafas de sol y arrastran caras cansadas, como si hubieran pasado la noche anterior en vela. Si les preguntan dónde se puede beber algo fresco, responden con la voz ronca.

Los tres británicos visten pantalones cortos y calzan sandalias. Se deciden a entrar y caminan dos delante y uno detrás, muy despacio, como tres astronautas explorando Marte. Timothy, el escocés, es el que más abre los ojos. De vez en cuando se detiene y trata de pronunciar el nombre de una caseta: "La ta-já es-ta-ble". Lo repite tres veces, y luego, intrigado, pregunta qué significa: "¿La ta-já es-ta-ble?". La traducción que le ofrece el periodista la obviamos porque resulta infructuosa. Pero más adelante Timothy vuelve a intentarlo: "¿Er bú-ca-ro?", dice. Imposible.

Al rato se les une Héctor Domínguez, un chaval de 32 años que es su único contacto en Sevilla, porque trabajan en la misma empresa (Héctor en la sede española). "Para ellos es otro mundo. Tiene que ser muy chocante lo que están viendo ahora por primera vez. Yo soy de Madrid, y la primera vez que vine a la Feria, aunque sabía mucho más que ellos y lo había visto por televisión, me sentí un extraterrestre", dice.

Al final, los tres amigos encontraron un refugio a la sombra, pegados a la barra de la caseta pública de Cerro-Amate. Pronto descubrirían lo que es el rebujito, porque los camareros no les entendían ni éstos a ellos, y cuando se da esa ecuación en la Feria -y se da mucho- el asunto termina por resolverse con una jarra de rebujito en la mesa. En cuanto les sirven, Josh, el inglés, levanta los vasitos de plástico con dos dedos. Los tres hombres se miran y echan a reír a mandíbula batiente. Convencen al camarero para que les pongan dos jarras más y se quedan en la caseta, a salvo, sin sospechar que fuera la Feria está a punto de implosionar.

Si las 15 calles de albero que se entrecruzan en el Real cosieran en conjunto la forma de un traje de flamenca, ayer ese traje habría roto las costuras. Las primeras horas de la mañana, la Feria recibió a los extranjeros y a los que venían de otras provincias, y a las familias que bajaban del Aljarafe y a los que venían de los pueblos de la corona metropolitana. Pero, pasadas las tres de la tarde, el traje se le quedó ceñido a la Feria, apretado en las aceras, asfixiado en la bulla de las casetas y de las calles. No habría dejado respirar a nadie si a alguien le hubiera dado por respirar, pero todos, la mayoría, tenían la garganta ocupada bebiendo manzanilla y fino. Se convirtió en un maratón, porque la multitud y los latigazos del sol no dieron tregua a nadie, y a base de sorbo y sorbo, los sevillanos de garganta profunda, los que se habían dejado la voz cantando la noche anterior, recuperaron el timbre suficiente para seguir con la fiesta.

Muchos visitantes comprobaron ayer que algunos de los tópicos de la Feria son ciertos. Más del 90% de casetas son privadas, así que las pocas públicas estaban hinchadas. Aunque, si se quedaron más tiempo, se darían cuenta de que también algunos tópicos sobre la forma de ser del andaluz son ciertos. Y que cuesta muy poco que alguien te invite a entrar en una caseta sin conocerte, o "cógete esa gamba que ha preguntado por ti" o "pilla el jamón de Jabugo que nadie lo quiere".

La joven de la caseta de información, junto a la portada, comprobó que no dejaban de llegar visitantes de fuera. Pedían un plano del Real, un manual de consejos y un abanico. Al final logró memorizar un libro de preguntas raras: "¿Dónde está la fachada?"; "¿Por dónde se entra?"; "¿Por dónde se sale?"; "¿Sabe dónde hay una caseta verde y blanca con paredes blancas...?"; "¿En Málaga también se llaman sevillanas?"; "¿Tiene una dirección de internet para bajarme música de Feria?".

Leire, una chica vasca que miraba las sevillanas en la caseta de Triana-Los Remedios, convenció a Bea y la sacó a bailar, y juntas hicieron contorsiones extrañas. Bea parecía que se ahogaba en el mar, y Leire lo hacía algo mejor, porque le habían explicado "la teoría de la manzana que se coge del árbol" para saber cómo mover bien los brazos. Bailaron tres seguidas. Luego Leire cogió el móvil y le preguntó a alguien: "¿A que no sabes dónde estoy?". Y levantó el móvil por encima de la caseta.

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