-Cifra redonda aparte, ¿hay otros motivos para volver con este espectáculo diez años después?
-Soy bastante de cifras, me gusta ese tipo de celebraciones. Pero le debo mucho a este espectáculo, y pensé que tenía que hacerlo. Me ha dado mucho a cambio de muy poco: lo escribí en una semana... y ya es una década la que llevo con él.
-¿Y usted, cómo ha cambiado en este tiempo?
-Espero que para mejor. Sigo equivocándome como siempre. Y otra cosa que no ha cambiado, sino que se ha reafirmado, es mi idea de que estoy aquí para que la gente se lo pase bien.
-A veces se habla de que el actor, a la vez que crece, pierde naturalidad, espontaneidad...
-No digo que no se pierdan cosas. Pero me protejo porque sigo haciendo cosas nuevas, incluso cuando vuelvo con un espectáculo antiguo, como éste. ¿Cómo? Pues sabiendo que cada día puede pasar cualquier cosa. De pronto, en medio de la sala suena un móvil, o alguien se sale de la tangente y hace un comentario... En fin, que este espectáculo está especialmente diseñado para que yo no me pueda aburrir.
-¿Y el público, es siempre una herramienta de trabajo más?
-En mis espectáculos (y uso el plural porque tendré más) el público siempre va a estar iluminado. Si no, me descentro. Si no veo la cara de la gente, no sé a quién hablo.
-¿Cree que la gente se ha acostumbrado al monólogo humorístico, al que hace años todavía se resistía?
-Creo que aquí se hizo muy popular a partir de El Club de la Comedia. Ese tipo de monólogo stand up me gusta, pero no estoy en esa línea. De hecho, me gustaría que mi espectáculo se llamara simplemente espectáculo, y no monólogo, porque hoy se entiende como tal cosas tipo Club de la Comedia. Pero a lo que hace Leo Bassi nadie le llama monólogo, ¿no?
-¿Proyectos inmediatos?
-Estoy terminado la quinta temporada de Doctor Mateo, sin saber si será más larga en el futuro, y es muy posible que este verano trabaje en una película maravillosa de la que no puedo decir nada. Y si tengo tiempo y le echo cojones, a finales de año me pongo con mi segundo espectáculo.
-¿Podrá compaginar la interpretación con La Banda de la María?
-De la banda ni me he ido ni me iré. Lo que me gustaría sería grabar otro disco, porque el otro es de 2003 y ya me da hasta vergüenza. Tenemos material para grabar varios más, pero es muy difícil, nos cuesta el dinero.
-¿Descartado volver a dirigir?
-Ése es un trabajo muy complicado, muy laborioso. Con Tocata y fuga tuve la fortuna de no tener nada que hacer en ese momento, pero son cuatro, cinco, seis meses de mi vida dedicados a eso. Tengo algunos cortos en la cabeza, y un documental. Si volviera a tener tiempo, ni me lo pienso.
-Con usted y otros, ¿estamos ante la primera generación de actores andaluces sin complejos, capaces de trabajar en el cine y la televisión al máximo nivel?
-Absolutamente. Justo cuando empecé en el CAT, hace 18 años, un actor andaluz lo tenía muy crudo. Tuvimos la suerte de vivir esa etapa en la que se rompió con eso, y ahora además estamos muy bien considerados. Ahora ser actor andaluz da caché. Creo que el punto de inflexión fue Padre Coraje, donde se dieron cita 80 actores de aquí, y todos buenos. Hoy, gracias a Vicente Romero, Antonio de la Torre, Manolo Solo, Belén López, Julián Villagrán..., los que vienen lo tienen más fácil. En mi primer casting me dijeron: "Ni se te ocurra hablar con acento andaluz, ni para dar los buenos días".
-¿Y en la guerra del cine español, dónde se posiciona?
-Estaba contento con Álex de la Iglesia, me hubiera gustado que siguiera. Moló mucho el buen rollo que imprimió, y esa sensación de unidad hace que la gente valore más lo nuestro. Las rencillas nos desaniman a nosotros y al público. Y si no, siempre nos quedará Torrente.