La decisión de la delegación de Fiestas Mayores del Ayuntamiento de Sevilla de restringir el uso de las sillitas plegables en Semana Santa, anunciada ayer, da respuesta a un auténtico conflicto de seguridad que se había agravado en estos dos últimos años. En su día, las sillitas empezaron siendo una solución original con la que algunos mitigaban el cansancio de tanto estar de pie a la espera de la llegada de las cofradías. Con su popularización, el remedio ha terminado siendo un problema en sí mismo. Como comprobará cualquiera que se haya acercado esta pasada primavera a ver el discurrir de alguna hermandad, miles de sevillanos han colocado sus sillitas en puntos estratégicos que han impedido el paso del resto de los ciudadanos y, lo que es más grave, han taponado los pasillos de seguridad previstos por las autoridades para las evacuaciones necesarias en caso de emergencia. Por fortuna, no ha ocurrido ninguna desgracia. Pero habría que preguntarse qué habría pasado si se hubiera registrado una urgencia y, por ejemplo, el 061 hubiera tardado en llegar por la dichosa aglomeración de sillitas. Una cosa es que se coloquen en sitios que no molestan y otra bien distinta esta pandemia sin sentido alguno. Por eso merece el aplauso la decisión municipal al igual que resulta comprensible que se decida atajar de una vez todas el lamentable espectáculo que se ha vivido en la otra gran fiesta de la ciudad, la Feria de Abril, cada vez que llegaba la noche: las botellonas en la Portada. Fiestas Mayores incluirá una modificación en la ordenanza que regula la actividad en el recinto para prohibir su celebración allí al considerarse que es una salida de evacuación. Una razón de estricta seguridad al que hay que sumar el puro sentido común de entender que no se puede permitir que miles de jóvenes conviertan la entrada de la Feria en un inmenso botellón que termina convirtiendo el albero del real en un verdadero estercolero.