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Algunas gotas del mejor Morante

El diestro de La Puebla cuajó los momentos de mayor intensidad artística. Los esfuerzos de Talavante y Castella fueron baldíos.

el 15 abr 2013 / 22:46 h.

 Morante de la Puebla, con su lote. / Reuters
GANADO: Se lidiaron seis toros de Núñez del Cuvillo, mal por desigualmente presentados y algunos muy por debajo de la presentación exigible en la plaza de Sevilla. Noble y tardo, el primero acabó protestando. Segundo, tercero resultaron complicados. Rajado y deslucido el feo cuarto; manso total el quinto y de más a menos el sexto. DIESTROS: Morante de la Puebla, ovación en ambos / Sebastián Castella, ovación y ovación tras aviso. / Alejandro Talavante, silencio y ovación tras aviso. INCIDENCIAS: La plaza se llenó hasta la bandera en tarde de muchísimo calor. Dentro de las cuadrillas destacaron Javier Ambel, Chacón y El Lili. (Fotogalería de la corrida) El toreo brotó aquí y allí; nació a fogonazos. Morante quería y se le notaba en cada gesto, buscando toro hasta en el turno para amparar las salidas de los peones en el tercio de banderillas. Al jabonero sucio que hizo primero ya le había recetado tres verónicas arrebatadas y rematadas por una sensacional media verónica. Los que aún buscaban su asiento se quedaron quietos. Lo de Morante es otro mundo y aún se explayó en un sabroso y hondo inicio de faena, enroscándose el toro e instrumentado un intenso y exigente toreo ayudado que mermó las pocas fuerzas del animal. Con su enemigo protestando, aún le recetó una serie al natural que hizo crujir la plaza. La música, una vez más, entró tarde y mal con Suspiros de España, el pasodoble que mejor cuenta ese aire regionalista -de la Sevilla de la Edad de Plata- que encarna Morante.   Pero el toro no quiso mucho más aunque el diestro de la Puebla aún le endilgó algunos muletazos con la izquierda, después de que le arrancara la muleta de las manos en un peligroso gazapeo que también cortó la música cicatera. Los muletazos finales, en las rayas y con el toro muy aplomado mantuvieron el sabor pero había faltado enemigo y la media estocada final terminó de enfriar los entusiasmos.   No importó. Morante guardaba lo mejor para el final. Cuajó con el capote al cuarto de la tarde en un recital de verónicas barroquizantes que volvieron loca a la parroquia. Después de quitar por chicuelinas el toro se marchó al relance y acabó siendo picado en la puerta de caballos. Estaba cantando su condición de manso pero a Morante le daba igual. Se convirtió en escultura al pararlo con una media verónica de antología -un auténtico tratado de son y cadencia- que puso en pie a todo el mundo. Pero aún se emperró en arrancarle media docena de verónicas en la mismísima puerta de chiqueros.   Aquello iba camino de la apoteosis, pero los más avezados sabían que el toro no podía, no iba a dar más. A pesar de todo, el diestro cigarrero apostó todas las fichas en el mismo casillero. En el tercio de banderillas su fiel Lili se había jugado el pellejo colocando el tercer par y Morante, montera en mano, brindó con elegancia antigua a don Ángel Peralta, flamante poseedor de la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Volvía a brotar el toreo, el arrebato barroco de un grandioso artista que no pertenece a este tiempo. Pero el toro, como estaba cantado, empezó a quedarse cada vez más corto desarrollando un peligro evidente -le llegó a tirar dos cornadas por debajo del trapo- que nos hicieron bajar de las nubes. Un pinchazo y una estocada corta ponían fin a un sueño que no fue. Con leves reverencias rehusó dar la vuelta al ruedo. Se la había ganado.   De poco sirvieron los esfuerzos de Castella y Talavante para no marcharse de vació en una tarde en la que fallaron estrepitosamente los toros de Núñez del Cuvillo. El francés, que se fue a portagayola en los dos toros resultó prendido por el segundo sin consecuencias. Parecía reparado de la vista pero Castella no se dio coba en una faena valerosa, bien preparada por el capote poderoso de su banderillero Chacón, que no logró levantar el vuelo por la mala condición de su enemigo. A pesar de todo lo toreó con suavidad al natural y acabó tragando tela cuando el bicho se desentendió de la pelea. Tampoco pudo cambiar las tornas con el quinto, un toro de mejor inicio que final al que cuajó un vibrante inicio de faena y una gran serie diestra antes de que se rajara por completo.   Talavante volvió a desconcertar: fallando en el toreo fundamental y brillando en remates y detalles. Al tercero lo pasó con trazo deslavazado y excesivamente escondido detrás de la mata para citar por el lado diestro. Se hirió en la mano al entrar a matar y tuvo que pasar a la enfermería pero pudo salir para lidiar al sexto al que también recibió en la puerta de chiqueros. Ése fue el toro más potable de un mal encierro con el que volvió a brillar más y mejor en lo complementario aunque pegó varias tandas meritorias en las que sigue fallando el trazo. Pero hizo un sincero esfuerzo -muy metido entre los pitones al final de la faena- que podría haberle servido para cortar una oreja si la espada hubiera entrado pronto y bien. La música tampoco le ayudo y cortó cuando el pacense andaba entregado a tope. El director se lo tiene que hacer mirar.   

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