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Amalio enamorado

Las páginas del periódico de ayer volvían a traer a la superficie la figura de Amalio, que se casó con Sevilla por el simple procedimiento administrativo...

el 14 sep 2009 / 21:57 h.

Las páginas del periódico de ayer volvían a traer a la superficie la figura de Amalio, que se casó con Sevilla por el simple procedimiento administrativo de unas oposiciones y terminó enamorándose de la Giralda y, como los amantes que no pueden dejar de ver a su amada, se compró la casa de la Plaza de Doña Elvira para poder contemplarla de día y de noche. La pintaba desde la cercanía de Mateos Gagos y desde la visión lejana de Santiponce; la pintaba sumergida en el mar, envuelta en llamas, con los mismos trazos cubistas de las Demoiselles de Avignó o siendo el fondo con el que retrataba bellas arrugas de rostros de viejos mucho antes de que Adolfo Domínguez descubriera el lema.

Esos dibujos y óleos de la ciudad, perdida en la llanura de su vega o sumida en su caserío histórico sobre el que emerge el alminar son hoy testigos y actas de los cambios; sólo por eso deberían ser mirados de nuevo. Pero, además, sigue estando ahí el enamoramiento. En otra ciudad -en la Venecia de Canaletto o en la Arlés de Van Gogh- ese noviazgo habría salido a la calle, habría corrido de boca y lo hubieran pregonado las lenguas de doble cara de las tarjetas postales o ese oscuro objeto de deseo que es el souvenir. Pero Sevilla es así: indolente, olvidadiza, una esposa celosa que no aguanta los enamoramientos absorbentes. Ni el de Almutamid por Rumaikiya ni el de Amalio por la Giralda.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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