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Amor en conserva

Preguntar por El Correo, cuyo color rojo no se escribe con sangre pero casi, fue una constante ayer, durante la donación masiva organizada por el Centro Regional de Transfusión Sanguínea de Sevilla. Está claro que donde hay solidaridad, hay solidaridad. El milagro de los tiempos modernos.

el 22 nov 2013 / 10:14 h.

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1-donacionesJME0008Solo un sevillano es capaz de donar su cuerpo a la ciencia y seguir pagando el Ocaso. “Me dijeron que era mejor hacerlo de esa manera”, comenta Carmen, “porque así, si me muero donde sea, ellos se encargan de llevarles el cuerpo. Y si al final sobra algo pues ellos lo entierran”. Después de decidir que su cuerpo sea loncheado en la Universidad, de ordenar que a su muerte se le extraigan los órganos, de regalar médula y de haber dado sangre 103 veces (lo cual la convierte en gran donante, mérito que le valió una medalla en el Alcázar), Carmen Fernández Calero no tenía ayer más que dos preocupaciones: que el nombre de su pueblo, El Pedroso, apareciera bien destacado en el periódico; y, sobre todo, que el maratón de donaciones de sangre en la sede de Cajasol saliera de maravilla. Unas 500 personas acudieron ayer a esta llamada que dibujó, sobre el elegante patio interior del edificio de la Plaza de San Francisco, el boceto de un velazqueño hospital de campaña: una veintena de camillas, gente tumbada, mesas con tubitos y gomillas, sanitarios con batas blancas. Y a un costado, en modalidad nota onírica, la gran mesa de catering de Casa Robles, atendida por camareros de uniforme y repleta de zumitos, canapés y medias noches. Entre los paisanos que se acercaron hasta allí estuvo el concejal Antonio Rodrigo Torrijos, al que echaron para atrás sin donar nada por no saberse aún la causa del desvanecimiento que sufrió días atrás (de hecho, en el momento de dar sangre hay que estar como una pera; ni siquiera se permite un simple resfriado). Carmen, junto con otros voluntarios, ayudaba a organizar el acceso a las camillas. Y pese al fragor de la tarea, su interés por la salud ajena no se limitaba al trasiego de glóbulos rojos: “He escuchado lo que está pasando en El Correo. ¿Cómo va la cosa? Yo hasta rezo. Con tantas criaturas...” Ella no lo compra. Su hermana, sí. Su padre el que compraba era “el ABC, y lo empezaba por atrás para leer las esquelas”. Dora Paniagua, la periodista del Centro Regional de Transfusión Sanguínea de Sevilla, también había pasado hace años por El Correo, y recordaba la prueba de acceso a la que la sometió el cura Javierre, a la sazón director: le dijo que le escribiera una carta con las razones por las que quería trabajar aquí y que, al cabo de una semana, llamase para pedir una cita. Se llevó semanas telefoneando, mañana y tarde, y nada. Hasta que al final la contrataron “no solo porque escribía bien, sino sobre todo por haber sido perseverante y no haber dejado de llamar y de insistir”. “¿Cómo va lo de El Correo? ¿Cómo estáis?”, pregunta, desde su camilla, el paisano Francisco Javier Pérez. Un habitual del género. “Llevo muchos años donando”, dice, “y no me planteo el porqué. Es algo que siento que debo hacer”. En su cara, como le pasa también a las anteriores, reluce una expresión contagiosa de bondad y buen humor. En su día, por razones de trabajo, entabló relación con los responsables del periódico y ayer, mientras abría y cerraba el puño para bombear su generosidad, los recordaba a todos por sus nombres, como si los tuviese delante. A unos metros, sentada en la camilla mientras se le pasaba el mareíllo, Aurora Genovés comentaba que a ella le da mucho miedo eso de donar. “Vengo cagá, je, je. Pero soy del grupo A negativo, que hace mucha falta”. Quiso interesarse también por los males del periódico, momento en el que pronunció una frase para la posteridad: “Yo lo compro e incluso lo leo.” Le faltó agregar: “Que ya es decir.” Como a los anteriores, también a ella le aflora un aura especial de bondad que le coge los ojos, la sonrisa, el gesto. “Me gustan mucho los temas de Sevilla.” Allí, en plena fabricación de un milagro, docenas de sevillanos hacían lo que hay que hacer siempre que se va a dar sangre: preguntar por El Correo. Tan sorprendente y cariñoso recibimiento se le dio a este medio, que allí mismo se acordó organizar para la semana que viene una donación de sangre en la redacción del periódico. Lo cual no está nada mal ni como acción ni como metáfora. Se avisará oportunamente. [El Pedroso es un pueblo precioso. Sobre todo, por personas como Carmen Fernández Calero. Y por todas esas otras, “muchas” según la citada, que también aportan su sangre, como dosis de amor en conserva, hasta que alguien la necesite.]

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