Éstos son los días en los que se hace necesario recurrir al Evangelio, el tiempo en el que el amor espera que alguien lo tome para ponerlo, como bálsamo, sobre la herida, éstos son los días en los que se puede ser cristiano y dejando de lado la vieja doctrina del "ojo por ojo", asumir la estrategia del reino que no es de este mundo para intentar que este mundo conviva, avance, sea feliz después del trabajo.
Ahora es cuando vale la prudencia para alzarla entre los que pueden pelearse, hoy es cuando el silencio se convierte en cobardía que deja correr los hechos por su cuenta. ¿No es hoy cuando vale esa doctrina escrita para curar las heridas?, ¿transmitida con el mandamiento de ser pacífica?, ¿elevada a la categoría de universal?, ¿consagrada como eterna?
Hoy es el día en el que toca restañar las heridas; hoy, no un domingo cualquiera en misa de doce, porque son los días de entierro aquellos en los que es imperioso cerrar los litigios y abrir nuevos caminos de entendimiento. Hoy cualquiera puede decir "yo ya lo dije", aprovechar la desgracia, retirarse mientras brota la cólera. Por eso es hoy cuando hay que ponerse delante de un muro de vergüenza y gritar "yo soy de Mondragón" con el grito que sale de mirar solamente la tragedia y olvidarse de todo lo demás. Porque el amor fue predicado para usarlo en tiempo de cólera, hoy no se puede dejar el mensaje de amor para mañana.
