Anda Lucía es el nombre de un bar, abierto con mucho trabajo por una mujer inmigrante, rumana, en una barriada sevillana. Lucía, que así se llama, llegó hace cinco años y en ese tiempo habla un andaluz perfecto, ha asentado a su familia y genera riqueza en su entorno. El establecimiento se llama así para recordarse que siempre debe tirar para adelante y para homenajear a la tierra que la ha acogido. Esta buena historia, como muchas otras, es también crónica de inmigración. Noticias positivas que hay que resaltar en un marco social y mediático que empieza a complicarse. A causa de la desaceleracrisis que vivimos, en este asunto, no faltarán las malas noticias. Europa endurecerá las medidas contra la inmigración ilegal y España no será una excepción. Además, puede extenderse la xenofobia, hecha ley en Italia, y generalizarse los extremismos, especialmente, cuando las alambradas de espino italianas reboten a los países vecinos a los "sin papeles" que a ella se dirigían. Una parte de la población puede acabar aceptando el discurso de que delincuencia e inmigración son lo mismo y se avive el odio social.
Para detener ese populismo, electoralmente rentable y humanitariamente desastroso, la izquierda debe dar la cara. Para empezar, evitando que -como hasta ahora- la llegada de inmigración deteriore la vida de los que menos tienen, corrigiendo que haya escuelas subvencionadas que eluden sus cuotas de integración y rechazando guetos que producen inseguridad. Rodríguez Zapatero ha anunciado medias en esta línea. Olvidarlo no sólo sería injusto, sino que además le puede costar el futuro político.
Periodista
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