Cultura

Andrés Marín: las gallinas que entran por las que salen

El público jaleó al artista y no quiso irse de la puerta del teatro sin cambiar impresiones.

el 11 sep 2012 / 22:15 h.

El bailaor Andrés Marín durante el espectáculo.

Teatro Lope de Vega. Tuétano. Compañía Andrés Marín. Bailaor principal: Andrés Marín. Artistas invitadas: Concha Vargas y La Macanita. Guitarra eléctrica: Raúl Cantizano. Percusión: Luis Tabuenca. Asesor literario: Jean-Francois Carcelén. Texto poético: Antonin Artaud. Asesoramiento coreografía: Salud López. Diseño de Luces: Laurent Bernard. Sonido: Fali Pipio. Vestuario: Teresa Baena. Entrada: casi lleno. Sevilla, 11 de septiembre de 2012.

Cuando yo era niño, o sea, el pasado siglo, en mi casa había siempre gallinas ponedoras que aliviaban el hambre que pasábamos en aquella casita de Cuatrovientos, en Palomares, con el techo de canales y nidos de golondrinas en las habitaciones. No fueron buenos tiempos.

Menos mal que teníamos una cabra, Josefita, que daba la leche con el colacao y todo. Una vez al mes mi madre le cortaba el cuello a una gallina y nos cocinaba un puchero de los de entonces, de aquellos que se tiraban tres horas hirviendo en el hornillo y que daban un caldo que resucitaba a los muertos. Las gallinas nos salvaron la vida, en los tiempos de Franco. Era una experiencia increíble verlas picotear entre los olivos. Y cuando sacaban pollitos, aquel día era el niño más feliz de Cuatrovientos. En ocasiones, cuando alguno parecía que no iba a salir adelante le metía una pimienta en el buche y en seguida recobraban la vida. También nos comíamos una gallina de vez en cuando, los domingos, pero no en el puchero, sino en salsa, porque el pollo era más para los ricos. Todavía recuerdo cómo las cocinaba mi madre.

Elegía siempre la más gordita y le cortaba el cuello, sangrándola para que la carne estuviera más blanca. La sangre la aprovechaba también haciéndola encebollada. Aún recuerdo la receta de cómo guisaba Pepa las gallinas. Colocaba una olla en el anafe, con un poco aceite y ajos frescos. Cuando se doraban los ajos, picaba una cebolla, una zanahoria, un tomate y un pimiento, y hacía un sofrito. Luego echaba la gallina troceada y un buen chorreón de vino peleón que comprábamos en la taberna de Mariquita Méndez. Y tres horas hirviendo a fuego lento.

Cuando mi madre ponía la gallina en la mesa se nos caían a todos unos lagrimones como garbanzos. Como en casa rezábamos poco le cantábamos una saeta entre todos, y a embaularla después. ¡Cuánto le debo a las gallinas! Anoche me reencontré con ellas en el Lope de Vega, en la nueva genialidad del bailaor Andrés Marín. Nunca imaginé que el célebre coreógrafo fuera quien le diera el sitio a las gallinas en el flamenco, aunque haya sido sin que La Macanita cantara aquello de "el pollito que piaba, el pollito que pió, gotas de vino le daba, gotas de vino le dio", que tan bien cantaba Antonia Pozo. Concha Vargas se lo podía haber recordado, que para eso es de Lebrija y estaba allí. Si Israel Galván ha inventado un nuevo palo, el de aquí no canta y toca ni Dios, Andrés Marín no podía dejar de darle la réplica y ha inventado un nuevo baile, que es mucho más complicado: el de no vayas a poner un huevo ahora que te zampo contra los focos. Esta rivalidad entre genios va a cambiar el curso del flamenco. Si Miracielos bailaba con el pescuezo mirando para Gelves, ¿por qué no iba Andrés Marín a bailar con una gallina en la cabeza? Anquilosados, que sois unos anquilosados. Nunca le agradeceré lo suficiente al maestro esta aportación y que me haya hecho retroceder en el tiempo hasta verme de nuevo en aquella humilde casita de Cuatrovientos, con gallinas ponedoras y una cabra que daba la leche con el colacao y todo. ¿Se enfadará por esto? Las gallinas que entran por las que salen.

 

 

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