Cultura

Andrés Marín quiso ser la campana y acabó de badajo

Hace unos quince años vi bailar a Andrés Marín por primera vez y escribí en este mismo periódico que era un bailaor con futuro, distinto a todos, rompedor. No me he equivocado. A los pocos años aterrizó en las tablas Israel Galván y me recordó bastante el estilo de Andrés, aunque con más arte, con otra chisma.

el 15 sep 2009 / 15:39 h.

Hace unos quince años vi bailar a Andrés Marín por primera vez y escribí en este mismo periódico que era un bailaor con futuro, distinto a todos, rompedor. No me he equivocado. A los pocos años aterrizó en las tablas Israel Galván y me recordó bastante el estilo de Andrés, aunque con más arte, con otra chisma. Siempre he defendido que Marín no es un copista de Israel, de lo que lo han acusado alguna vez injustamente.

Pero después de ver El cielo de tu boca, anoche mismo, creo que Andrés se parece cada día más a Galván, que quiere ocupar su espacio porque sabe perfectamente que el baile flamenco va por ese camino. No sé si para bien o para mal pero el futuro va por donde señalan estos dos grandes bailaores sevillanos.

Entendemos que los bailaores no pueden estar toda la vida con las farrucas de El Gato o las alegrías de El Estampío; el arte evoluciona y Andrés es, sobre todas las cosas, un gran artista que acabará imponiendo sus montajes, como le ha ocurrido a Israel.

Por eso, porque busca la campanada, se ha inventado este espectáculo de cerca de dos horas en el que baila lo mismo que ha bailado en otros montajes, con las mismas poses y los mismos movimientos, con coreografías semejantes y estructura musical similar.

El concepto, en esencia, es el mismo de otros espectáculos suyos. Pero para éste ha elegido al músico valenciano Llorenç Barber, un multiinstrumentista que saca una música de ensueño de las campanas. Y Andrés baila el sonido de las campanas y hasta el las difonías de este mago de la música experimental española. Baila cantiñas y hasta se atreve a cantar una malagueña; después se pone a danzar una especie de praviana insulsa, monótona, para desembocar en una farruca personalísima que esperábamos, a lo mejor, dentro de cincuenta años: Andrés la estrenó anoche. Así es Andrés.

Es quizá la seguiriya lo mejor de la obra, cantada magníficamente por Segundo Falcón, Enrique Soto y José Valencia. Andrés busca en su interior y nos ofrece una estética seguiriyera muy interesante, aunque con sus movimientos de siempre y sonidos de campanas y campanillas, amén de otros que salían del cielo de la boca de Barber, sus hondas notas difónicas.

Creo que la obra nos invita a experimentar demasiadas sensaciones a la vez, unas veces con audioviasuales, otras con cantaores que andan para arriba y para abajo, que salen y que entran en la escena; otras con sonidos extraordinariamente relajantes, pero monótonos y nada adecuados para el baile flamenco.

Bailar se puede bailar todo, desde el ruido que produce una cisterna cuando tiras de la cadena, hasta el que aporta la lavadora en en su alocado proceso de centrifugado; el problema es si va a ver público para estos experimentos, en el futuro, en la Bienal de Flamenco.

Lo digo con preocupación porque anoche había gente que se aburría en el teatro, que no entendía muy bien lo de bailarle por lo flamenco a un cencerro. Yo mismo me aburrí por momentos, y eso que siempre voy predispuesto a que me gusten los espectáculos de Marín porque, sinceramente, creo que tiene un gran talento.

En el programa de mano de la obra nos hablan de la piel y del paladar. Sin embargo, apenas sentí la emoción en mi piel ni esa cosquilla en el cielo de la boca que suelo notar cuando algo me llega al alma. Sólo sentí curiosidad.

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