Local

Anecdotario de un Murillo joven

el 20 mar 2010 / 19:34 h.

TAGS:

Algunas de las pancartas de la manifestación.

Son 42 las pinturas de Murillo que se reparten hasta mayo, en un acontecimiento único e histórico, por las dos salas temporales del Museo de Bellas Artes de Sevilla, que registra estos días una densidad insólita de obras del genio sevillano; la mayor hasta la fecha. Pues bien, todos y cada uno de estos lienzos encierran en sus azarosas vidas historias peculiares, simpáticas curiosidades y caprichosos sucesos que han marcado su devenir hasta este momento. Es por tanto que la exposición El joven Murillo, un ambicioso trabajo comisariado por los profesores Alfonso E. Pérez Sánchez y Benito Navarrete, también merece la pena ser contado a través del jugoso anecdotario que ha dejado impreso el paso de los años en cada uno de los lienzos.


Se cumple un mes de la inauguración de la muestra en el Museo de Bellas Artes y ya no proceden los análisis científicos; se han agotado los estudios sobre los inicios pictóricos de Murillo, imbuido del Naturalismo; incluso las aportaciones al conocimiento de su técnica es un tema ya escrito. Sin embargo, permanece inmaculado el capítulo de las curiosidades, a través del cual -por cuanto tuvo el arte del XVII de transacción comercial, de intrigas palaciegas; de historias de expolios, de viajes sin retorno- también puede seguirse la exposición que descubre una etapa creativa de Murillo mucho menos estudiada que la de su madurez artística.

Podemos empezar por el principio. La chispa que encendió la llama del anecdotario la prendió el propio Benito Navarrete el día de inauguración de la muestra, cuando se detuvo con sonrisa de medio lado en los Desposorios místicos de Santa Catalina, procedente del Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa. Inventariado en la colección de Isabel de Farnesio (esposa de Felipe V) en 1766, el cuadro quedó en la Casa Real hasta que Isabel II decidió regalarlo en 1855 al papa Pío XI.

Paradójicamente, la misma reina utilizó este murillo para agasajar, diez años después, al rey Luis de Portugal. ¿Qué pasó entonces? Pues que por razones que se desconocen, Isabel II prefirió obsequiar con el original al monarca vecino y lo que había entregado con anterioridad al papa Pío IX era un cuadro que "había sido concebido en fecha indeterminada con una clara intención fraudulenta, copiando la composición del original y falseando su craquelado y pigmentación", explica el comisario.

Es ésta, sin duda, la historia más sorprendente (la reina tramposa que regala cuadros falsos y se queda con los originales para mejor ocasión); sin embargo, entre la cuarentena de piezas que se reparten por los claustros del Museo de Bellas Artes de Sevilla se encuentran también caprichos irresistibles como el que María Antonieta, última reina de Francia, sintió por el Niño espulgándose, que actualmente custodia el Museo del Louvre. Y es que Murillo, el pintor más famoso de Europa -aún lo sería más en la etapa napoleónica posterior- era más requerido en España por sus cuadros de temática religiosa. Sin embargo, en el extranjero se apreciaron mucho más sus pinturas de contenido social (temática principal de esta exposición), de entre las cuales el Niño espulgándose sea quizás el máximo exponente. Así, después de venderse en sucesivas subastas en París -el cuadro está inventariado en colecciones del país galo desde 1742- la obra fue adquirida por Luis XVI para su esposa el 22 de junio de 1782 en 4.200 libras. Lo cierto es que poco pudo disfrutar la pareja de tan hermoso regalo. Tras el triunfo de la Revolución Francesa y ser pertinentemente guillotinados en 1793, pasó a engrosar la colección del Museo del Louvre, donde se ha conservado hasta hoy.

La obra de Murillo puede ser contada también por la codicia francesa que provocó el mayor expolio de obras de arte jamás sufrido en la ciudad de Sevilla. Llevada a cabo por el Mariscal Soult durante la invasión napoleónica a España, las tropas francesas sacaron de la ciudad más de quinientas obras de arte de entre las 999 que inventariaron en el Real Alcázar, que fue tomado como un inmenso almacén de pinturas requisadas.


No son noticia, pues, todos aquellos murillos que comenzaron su periplo en el exilio tras la Francesada -subastados a precios astronómicos en las mejores casas de subasta europeas-, sino más bien, los que lograron resistir.

Es el caso peculiar del óleo La santa cena de la iglesia de Santa María la Blanca, que aún a día de hoy se encuentra en el lugar para el que fue pintado (en noviembre de 1650 ya se tienen noticias de la colocación en la capilla de la hermandad de Santa María la Blanca de un cuadro de La santa cena pintado por Murillo).

"Su marcado tenebrismo, pintado en una época en la que Murillo está muy lejos de su estilo maduro, más lleno de gracia y amabilidad expresiva", según explica en el catálogo el profesor Enrique Valdivieso, hizo que este cuadro tuviese en la época "muy escasa estimación, tanto por el pueblo sevillano como por la propia hermandad", insiste Valdivieso. Este nulo entusiasmo se repitió también en los años de la ocupación francesa y ni siquiera "el depredador Soult", como lo califica el profesor, tuvo tentación de sustraerlo. Es más, se trasladó incluso al Alcázar en 1810, pero no fue llevado a Francia, sino que el desprecio que producía la pintura hizo que fuera devuelta a la hermandad.

A partir de aquí, el anecdotario de la exposición El joven Murillo se trufa de pequeñas pero encantadoras historias, como las que pertenecen al capítulo de las atribuciones. Es el caso de la Virgen con el niño, que el Museo de Lier, en Bélgica, tenía en su colección catalogado como anónimo. El descubrimiento de la autoría de Murillo ha sido realizada, precisamente, por Alfonso E. Pérez Sánchez y Benito Navarrete, los dos comisarios de la muestra. El largo rastreo en que consistió la preparación de la exposición les llevó a descubrir el pincel jovencísimo de Murillo detrás del cuadro de Lier. La pieza, justo antes de viajar a Sevilla, ha sido sometido a una limpieza "que le ha devuelto toda la intensidad de su cromatismo y que ha reforzado el potente efecto del claroscuro", apunta la ficha del catálogo.

  • 1