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Ángeles del desierto

el 25 jun 2011 / 19:07 h.

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La viva imagen de la emoción.

No podemos precisar qué pasa por las cabezas de los 412 escolares saharauis que estos días están llegando a Sevilla para vivir dos intensos meses alejados de las duras condiciones de vida de los campamentos de Tindouf (Argelia) con sus respectivas familias de acogida. Por más que uno les mira a los ojos no acierta a entender bien qué sentimiento prima sobre otro.


Hay miradas de susto -¡lógico!, algunos chicos de 7 años es la primera vez que dejan atrás a su familia-, hay también expresiones de alegría, de una alegría inmedible por gigantesca. Entre el aluvión de pequeños otros escudriñan alertados el centro Social de Miraflores como diciendo: "Sea lo que sea no podrán conmigo" o, más bien, "Me han dicho que lo pasaré en grande, veremos a ver..."

En el otro bando, el de los padres y madres de acogida y el de las familias al completo que se arremolinan en el día más aguardado del año ("la espera es eterna" es la frase que se repite casi como un mantra). Todos saben que vienen de un infierno en el que, al menos, no están solos. Allí tienen a sus hermanos y a sus familias. Y aquí, nada más y nada menos, que "un pedacito del paraíso", dice Javier, quien este año repite como padre de acogida. Paraíso el de estos niños que pasa por unas distracciones (llamadas Isla Mágica, Aquópolis, mucho y buen comer y un torrente de achuchones y cariño) más bien sencillas. Nada de dispendios.

"Nos cuesta llegar a fin de mes pero durante el año vamos ahorrando de cara a su llegada", reconocía ayer un papá de Arahal que prefirió no aportar más información. En realidad nadie ha de esconderse aquí, pues como reconoce la responsable de la Asociación de Amistad con el Pueblo Saharaui de Sevilla, Mónica Di Marco, "no hay grandes exigencias para las familias": "La experiencia habitúa a ser inolvidable para nosotros y para ellos", sentencia en medio de una espontánea explosión de jubilo motivada por una niña y sus primos ‘de Cazalla' que se han reencontrado ahora después de un año.La jornada evoluciona con una normalidad apabullante.

Nada parece excesivamente ordenado y a la vez todo fluye y funciona con una corrección envidiable. Una acreditación colgada al cuello, una mochila a los hombros y unos ojos negros penetrantes. De las arenas del desierto al césped de los centros sociales de Miraflores. Más de 24 horas de viaje en sus cuerpos y dos meses por delante para pasar la ITV de salud y diversión más completa que pueda imaginarse.Todos estos niños adquirirán hábitos saludables de alimentación, se someterán a revisiones sanitarias y practicarán el castellano -segundo idioma de la República Árabe Saharaui Democrática después del dialecto árabe hassanía-.

Al menos así lo detalla la teoría porque ninguno de ellos trae un libro de instrucciones bajo el brazo. "Quiero pizza y coca-cola", demandaba Salem a su familia de acogida después de los abrazos y el jolgorio pertinente a toda recepción que se precie. La integración avanza a mayor velocidad de lo que dictan los prejuicios. Los que llegan por vez primera vez en una semana conocerán los vocablos esenciales para que su estancia en Sevilla sea tan grata como sus papás se han encargado de prometerles. Aquí todos ganan, lo verdaderamente malo, es que, desde hoy, los días pasan más rápido de lo que unos y otros desean.

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