Hace año y medio Agustin Lomeña y Juan Gaitán publicaron un libro sobre nuestro turismo, "Reencontrar la Costa del Sol", y dedicaban uno de sus capítulos -magnífico, por cierto- a los inicios del de sol y playa. Allí quedaba constancia de cómo se produjo la avalancha de artistas de cine en los años cincuenta: ese paraíso, isla de libertad naturista, fue descubierto entonces por profesionales de segundo nivel -guionistas, decoradores? de Hollywood- muchos de los cuales eran gays; ellos fueron quienes arrastraron luego hasta allí a las primeras figuras del celuloide que sirvieron para promocionar la costa malagueña en todo el mundo.
La homosexualidad no era, precisamente, una virtud para los jerifaltes nacional-católicos que mandaban entonces y el naturismo -que aquí no se practicaba- tampoco pero muchos de ellos, y Fraga Iribarne el primero, estaban convencidos de que convertir el turismo en una industria potente era algo de importancia vital para los planes de desarrollo que España llevaban adelante en ese período. Obviaron la cuestión y, ya que "España era diferente", decidieron hacer patria por encima de cualquier consideración.
En los años finales del franquismo el nudismo, que ya practicaban desde mucho antes extranjeros en playas de Gata, Sacratif o Trafalgar, se convirtió también en modalidad de "destape" nacional (como ir a Perpignan a ver "El último tango en París") pero entonces no hubo mes en el que alguna autoridad haciendo gala de españolismo no mandara a la Guardia Civil a poner a esos bañistas a disposición de un juez. España, aunque fuera transitoriamente porque al poco se abrían complejos naturistas como el de Vera, volvió a ser noticia mundial pero con impacto negativo.
Hoy, cuando la homo y la heterosexualidad conviven en la normalidad legal y el nudismo o naturismo tiene un siglo de existencia como teoría filosófica, la alcaldesa de Cádiz se ha ido a los Cerros de Úbeda a dar pruebas de que el espíritu carpetovetónico de aquellas autoridades tardo-franquistas sigue vivo prohibiendo los baños naturistas en Cortadura, o sea, en el quinto pino.
La noticia lleva ya semanas en los periódicos añadiendo profundidad a la carga de otras que, desgraciadamente, padecemos y, seguramente, restando potencialidad a ese segmento que trae a nuestras playas a un millón y medio de turistas.
Comenzando por el principio habría que dejar sentado, primero, que entre el baño nudista y la inmoralidad no existe ningún lazo, ni siquiera remoto, y menos desde que, por falta de taquillaje dejaron de hacerse aquellas películas de macho ibérico, como "40 grados a la sombra" de Alfredo Landa y Mariano Ozores. Luego resaltar todo lo contrario: que es en esos lugares donde, precisamente, no se dan ninguna de las agresiones sexuales y actos de violencia semanales y casi diarios y, por último, que a quienes se les llena la boca de gritar contra la crisis y la falta de medidas del gobierno para paliarla les convendría analizar su patriotismo e, incluso, compararlo con el que practicaron hace más de 50 años sus propios compañeros de partido. Aquellos señores, aun formando parte de un régimen dictatorial no eran tontos: sabían algo que Teófila Martínez aun no ha aprendido: que con las cosas de comer no se juega.