Opinión

Antología del hombre jondo

Menos inculto y malo, ha sido de todo. Ahora se dedica a contarle a Sevilla la historia de El Correo Antonio.

el 02 oct 2009 / 18:00 h.

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Antonio Zoido

Parece un patriarca gitano que hubiese perdido el bastón. Tiene, como decían de aquellos viejos calés los escritores y folcloristas del prurito andalusí, la elegancia de las amapolas, la medida cogida al silencio, el gesto contraído por el peso de la sabiduría. También tiene algo en los ojos, no se sabe si un destello de estupor o cosa del párpado, que invita a sentirse radiografiado y hasta a preguntarse uno por la vida, por la muerte y por lo que ha hecho hasta ese momento.

Si el mundo fuese justo, a Antonio Zoido habría tenido que pagarle la hipoteca la SGAE: cerca de 20.000 libros ocupan las habitaciones de su casa de Mairena del Aljarafe. Es fácil de entender: si uno fuese libro también querría estar cerca de esta novela ambulante repleta de viajes, aventuras y giros insospechados; de este catálogo de experiencias sorprendentes, variopintas; de este manual de autoayuda para los que quieren dejar de perder el tiempo y ya lo han probado todo, en vano. Probablemente, no habría sido posible encontrar mejor comisario para la exposición conmemorativa de los 110 años de El Correo de Andalucía, Noticias de Tres Siglos, recién inaugurada en la Plaza del Triunfo: Zoido no mira Sevilla como lo haría un enamorado de molde, sino como un adicto a la cultura y a la duda; no como alguien que se desgañita proclamando las bondades del futuro ni como una plañidera de la vieja Híspalis, sino como quien concilia lo viejo y lo nuevo haciendo que lo uno explique y complete lo otro; no entiende la prensa como un vehículo de intereses sino de ideas, de conocimiento, de historia y de historias, de saberes que de otro modo morirían. Zoido sabe que la verdad no se puede alcanzar, pero la autenticidad sí (lo jondo , como él dice), y en esa tarea anda enfrascado y alerta, como el fraile copista de un monasterio rodeado por los bárbaros. Por eso le gusta la ópera, el teatro, el flamenco; por eso hace treinta años que no para de ir y venir entre Andalucía y Marruecos, a la caza de esa carísima especia; por eso, bajo la primera impresión de hombre abierto y extrovertido, permanece agazapada la criatura melancólica, reflexiva, introspectiva, escrutadora y sentimental. No es hombre de echar cosas en cara pero, si lo fuera, arremetería contra la pérdida de la educación, del civismo, de la cultura general a manos del tópico, contra quienes sólo usan la cabeza como una extremidad más. "La música me hace pensar", decía el otro día, con voz de estar recordando algo demasiado privado como para compartirlo. "En los conciertos, pienso. Me los paso enteros pensando."

Cuenta Zoido que cuando estaba en Roma estudiando Filosofía, hablaba con los taxistas de libros y escritores, de la arquitectura de San Juan de Letrán. Qué cultura. "Eso aquí no se ha alcanzado", dice. Y no es que se lamente como el dandi de labio fruncido que reprocha a la plebe su escaso dominio de la paleta del pescado, sino como el humanista a prueba de bombas y a base de palos que si algo no puede comprender en el prójimo es la ausencia de inquietudes. Porque Zoido no sólo se ha dedicado a pasearse por la Vía del Corso con sus libros de Spinoza bajo el brazo: fue minero en Asturias (adonde acudió, por cierto, con Diamantino García antes de que éste se metiera a cura, para sacarse ambos unas perras en sus años mozos); se ocupó en tiempos de Franco de la propaganda de la entonces clandestina CCOO y de obtener fondos con los que mantener la lucha por la libertad y los trabajadores; fue sometido a un consejo de guerra por su activismo político y cumplió tres años de cárcel, de cinco que le habían caído; fundó el Sindicato de Obreros del Campo (SOC) junto a Paco Casero, Gonzalo Sánchez y otros; y, puesto a no caer en la tentación del encasillamiento, durante casi treinta años fue el encargado del portalón de arrastre de la Plaza de Toros de la Maestranza, por vicisitudes familiares que no vienen al caso. En todos esos menesteres y tránsitos, Antonio Zoido buscó la sabiduría y esa autenticidad que es su Santo Grial, ya fuese sacando carbón de una vagoneta, combatiendo el fascismo o fumándose un cigarro con un banderillero.

Ésa es la verdad. Está en su persona para quien guste tratarlo; en sus libros sobre Sevilla, la cultura, los gitanos, los inmigrantes, las cofradías, las fiestas...; y también en esta portentosa exposición de El Correo, de cuya historia y de cuyo presente, a los que también pertenece como columnista, ha sabido extraer, para conocimiento y disfrute de sus paisanos, el alma.

1944. Nace en Sevilla.

1964. Termina Filosofía en Roma.

1968. Entra en el PTE.

1970. Capturado en una redada, es condenado a prisión.

1976. Funda el SOC.

1993. Primer director del Parque del Alamillo, hasta 1998.

2009. Comisario de la exposición de los 110 años de El Correo.

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