Cultura

Antonio Machado como camino al socialismo

El ex vicepresidente Alfonso Guerra glosó sus lecturas en la Biblioteca Infanta Elena

el 19 oct 2009 / 20:42 h.

Alfonso Guerra, en la Biblioteca Infanta Elena.
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Muchos premios Nacionales de Literatura saben que no siempre está a su alcance reunir a 30 o 40 espectadores en una conferencia. Tal vez por eso resulta más que llamativo que el escritor Alfonso Guerra, con un par de libros de memorias y otro par de títulos de teoría política como única bibliografía, metiera ayer -no lo olvidemos, lunes por la tarde- en la Biblioteca Infanta Elena a unos 200 atentos oyentes: la dimensión pública del personaje y su proverbial oratoria parecían justificar por sí solos este éxito de asistencia. No obstante, perdían el tiempo quienes esperaran del sevillano una exhibición de ese verbo corrosivo y lancinante que antaño le hizo temible en los escaños del Congreso. Por el contrario, el perfil que brindó a esa multitud sedente o en pie, repartida por las escaleras o apoyada en los anaqueles pero en todo caso absorta, fue el más humano y entrañable: el rostro del Guerra lector. 

La charla fue un necesariamente acelerado recorrido por la memoria del ex vicepresidente, desde su precoz aprendizaje de los signos lingüísticos, que le aupó directamente al tercer curso desde el parvulario y le granjeó las mejores notas de su colegio a la adquisición de un notable bagaje que le llevó incluso a fundar una librería en la capital hispalense, la añorada Antonio Machado.

Con un sonido penoso, que volvía ininteligible el discurso precisamente en los momentos en que el propio asunto exigía un tono emotivo o cómplice, fue enumerando las revelaciones que le marcaron: Steinbeck, cuyas Uvas de la ira le enseñaron "una dura realidad, la lucha por la vida, pero también el amor y la amistad"; la obra de O'Neill, que le hizo sellar un idilio de por vida con el teatro; y por supuesto don Antonio Machado: "su poesía me cautivó y su prosa me hizo caminar hacia una visión socialista de la vida, gracias a un fragmento en el que dice que la voz de Pablo Iglesias tenía el timbre inconfundible de la verdad humana". 

"El vendedor por las casas de Aguilar", prosiguió, "cambió mi vida de lector". Ahí encontró, en papel biblia y a precio asequible, la literatura de los maestros rusos, de Shakespeare, de Goethe. El Werther le proporcionó "una invitación a la libertad de criterio, a la ruptura con los prejuicios"; los poetas del 27 le desvelaron "lo que estaba ante mis ojos y yo no veía, y además cantando y bailando. Comprendí que la vía sensorial es más eficaz que la intelectiva".

Las coplas de Manrique y los clásicos grecolatinos, pero también Sartre y Camus, "pues yo era ya un asiduo lector de ambos antes de que llegaran a España los ecos de su enfrentamiento".  El Quijote por encima de todos los libros -"Cervantes nos invita a ver la vida real, no su representación: nos invita a rasgar el telón"- pero seguido de cerca por Proust, ya que su obra "podría llenar la vida de un lector".

Entre las preceptivas enumeraciones caóticas, un quinteto emancipador imprescindible (Madame Bovary de Flaubert, La Regenta de Clarín, El primo Basilio de Eça de Queirós, Anna Karenina de Tólstoi y La cartuja de Parma de Stendhal) y un guiño a los sudamericanos, los del boom y sus mayores: Rulfo, Carpentier, Mújica Láinez, Lezama, Roa Bastos... 

La nómina se prolongó casi hasta el infinito, pues no es fácil resumir las preferencias de un lector de 69 años, por muy buen aspecto que luzca, en una hora larga. "La literatura es la vida. Sin ella me amputarían una parte sustantiva de mí. Yo sueño despierto y dormido con los personajes de mis libros", apostilló.

Una salva de prolongados aplausos dio pie al turno de preguntas, y ahí fue donde se produjo el suceso extraordinario de la noche: dos centenares de personas y ni una pregunta. ¿Había quedado todo claro? ¿Había dado Guerra la sensación de que tras su punto  y final no quedaba nada por añadir? ¿O acaso intimidaba su figura hasta la parálisis general? Sea como fuere, fue él mismo, con muchas tablas, el que deshizo el nudo del tenso silencio con una salida airosa y efectiva: "Si nadie pregunta es porque, o bien están totalmente de acuerdo, o totalmente en desacuerdo".      

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