-Está usted acostumbrado a que le reprochen su escasa productividad: cuatro novelas en 15 años. ¿El mercado editorial no permite que cada escritor tenga sus tiempos?
-No me esfuerzo en ser más rápido ni más lento: me limito a enviar mis libros al editor cuando el resultado me satisface. Y esta novela de 240 páginas me ha costado tirar tres novelas anteriores a la basura. Podría haber sido mi octava novela. Pero ya digo, es un problema de incapacidad mía...
-Autores como Manuel Vilas, José Ovejero, Rafael Reig o usted mismo han mostrado una inclinación de la narrativa hacia eso que se ha dado en llamar "fiesta salvaje". ¿Están fundando sin proponérselo un nuevo subgénero?
-Creo que la idea de Carnaval, aplicada a la literatura, es antigua. Ya está, por ejemplo, en Rabelais. Lo que sí es cierto es que en España es una veta poco cultivada, porque en España la risa está penalizada, y la risa salvaje lo está aún más. Para desactivarla se habla de gamberrada, de libro cómico... Pero sabemos que hay libros que producen risa y pueden contener críticas muy contundentes.
-¿La realidad es tan grotesca que no admite otro registro?
-Yo soy incapaz de entrar en la realidad a medias tintas. Es tan salvaje que sólo se puede tratar con la misma actitud.
-En usted y los otros autores mencionados hay una voluntad de desacralizar, de reírse de la literatura desde la literatura misma. ¿Hay demasiada solemnidad en las letras hispanas?
-Solemnidad y algo más, la idea de que la buena literatura es siempre dolorosa. Ése es quizá uno de los factores que ha hecho que mucha gente huya de los libros. Se aburren.
-Además de los episodios más o menos hilarantes, hay en Un momento de descanso una crítica feroz a la Universidad española. Sobre todo, en la alusión a El atroz desmoche, el libro de Claret Miranda que explica cómo el franquismo hizo purgas ideológicas e instauró la mediocridad en esta institución. Al leer ese pasaje creí que el libro era invención suya...
-... Y te fuiste a Google y viste que es verdad. En el libro de Claret se explica claramente de dónde viene la mediocridad de la Universidad española: del franquismo, que aniquiló cualquier resto de excelencia académica, y de la incapacidad de los primeros políticos de la democracia de poner coto a aquel desmadre. El resultado durará más de lo que podemos imaginar.
-Hay quien piensa que se ha quedado corto en su retrato.
-Sólo creen que exagero los que están fuera de la Universidad y no tienen a nadie cercano dentro. Curiosamente, mis colegas han pasado por esos pasajes sin darle la menor importancia, como algo de lo más natural. Si retratas la Universidad española tal como es, cualquiera puede pensar que has perdido la cabeza...
-Pero usted sigue formando parte de esa comunidad. ¿Teme represalias, o al menos severos reproches?
-No, en la Universidad hay una cierta libertad de expresión que tolera novelas como la mía. No temo por mi vida, no miro los bajos del coche. No me siento coartado. Lo bueno que tiene esta institución es que puedes decir lo que piensas. Lo alarmante es que se diga, que te den la razón, y que todo siga igual.
-En otro momento de la novela se fantasea con una universidad autárquica e independiente, una burbuja aislada de la sociedad...
-Hacia eso tendemos. Parece una reducción al absurdo, pero ese delirio es la máxima expresión de la autonomía universitaria. Un ente autosuficiente y no fiscalizado por la sociedad.
-Ya sé que es muy molesto que le pregunten a un novelista por la carga biográfica de sus libros, pero en éste parece mucho más evidente...
-No crea que Un momento de descanso es más autobiográfica que otras. Aquí he subrayado más la parte del personaje que tiene mi nombre, mi formación y que es escritor como yo.
-Pero, ¿cuánto tiene la novela de exorcismo personal?
-Es una especie de ajuste de cuentas con el mundo universitario, pero también lo era Fabulosas narraciones por historias, en ese caso con la tradición literaria heredada. Ha sido una experiencia liberadora, como también lo fue aquélla.