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Antonio Sosa, el hemisferio intuitivo

Al final de una larga sobremesa en el salón de su casa de la Puebla del Río, entre café y café, Antonio Sosa y yo terminamos hablando de Nietzsche y de Zaratustra.

el 15 sep 2009 / 01:30 h.

Al final de una larga sobremesa en el salón de su casa de la Puebla del Río, entre café y café, Antonio Sosa y yo terminamos hablando de Nietzsche y de Zaratustra, dando por supuesto que hay realidades inexplicables mucho más complejas que las comúnmente comprendidas y aceptadas por el entendimiento. Antonio reiteraba, con vehemencia y convencimiento, que era necesario potenciar el hemisferio más intuitivo del cerebro, el menos analítico, para que emergiera de manera libre la parte menos racional y más poética de las personas, una faceta ahora abandonada por la confianza excesiva en el progreso y en las nuevas tecnologías, avances inevitables que nos permiten aumentar la calidad de vida pero que nos restan valores humanos trascendentales, cualidades misteriosas e indefinibles de la existencia que son la fuente intangible de la que se nutre el arte.

Esa fuerza incontrolada, esa entrega tenaz, es la sincera energía que da credibilidad y sentido a su trabajo, obras contundentes que pasaron de la escultura -medio con el que Sosa alcanzó cotas muy elevadas durante los ochenta y principios de los noventa-, al dibujo, una dicotomía desacostumbrada en la progresión de un artista normal pero una oscilación bipolar característica de creadores extremadamente honrados y desprejuiciados, aquéllos que se deja llevar por lo auténtico y lo impulsivo sin tener en cuenta hacia donde van o adonde llegarán. John Baldessari quemó todas sus pinturas en 1970 y cambió radicalmente su discurso porque creía que con los cuadros estaba yendo en el camino equivocado. Pensaba que el arte era mucho más que el buen uso de los pinceles y se lanzó al vacío en busca de respuestas, entregándose ciegamente a las posibilidades infinitas de las ideas, las sensaciones y los sentimientos.

Y es ahí, en ese magma indeterminado e imprevisible que da pábulo a la obra de Antonio Sosa, donde subyace la valía del arte, su verdadero poder. Es justo ahí, sin que se sepa cómo, donde se halla su inigualable capacidad metafísica para redimir y perpetuar.

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