Cofradías

Apenas unos pasos más allá que en 2012

el 25 mar 2013 / 11:20 h.

Lo más triste fue que pudo haber sido. Que parecía que iba a ser un Domingo de Ramos grande. Pero en San Julián el planteamiento, nudo y desenlace fue extremadamente similar a la dramaturgia vivida allí la misma jornada de 2012. Si entonces, con prácticamente el cuerpo de nazarenos del Cristo de la Buena Muerte en la calle, comenzó a lloviznar provocando el replegado de la cofradía, ayer, la imagen titular de la hermandad ya se encontraba en la Puerta de Córdoba cuando una fina cortina de agua se tornó, en apenas un par de minutos, en un fulminante y largo aguacero.

Un rato antes, y con poco menos de una hora de retraso sobre la hora prevista, la Junta de Gobierno había decidido que podían permitirse retar al tiempo, con un parte que sólo barajaba posibilidad de lluvia a primeras horas de la tarde y noche despejada desde las ocho. Con tal planteamiento, y con el antecedente de la pletórica estación de penitencia que hasta ese momento venía haciendo La Paz, en la Parroquia de San Julián no salir hubiera parecido una decisión en exceso cautelosa.

Porque, además, en la calle el sol, casi radiante, parecía querer volatilizar cualquier pronóstico agorero. Salieron así los primeros tramos de capirotes azules, con ritmo pausado, como sin prisa, como si tuvieran todo el Domingo de Ramos para paladearlo a cada paso. Desde la puerta del templo y hasta el Pumarejo el recorrido se hallaba colmado de un público que, en ese momento, conformaba un fiel retrato sociológico de las primeras horas de la semana mayor de Sevilla:familias enteras, abuelos y abuelas, algún bebé llorando, jóvenes a lo suyo y turistas que inmortalizaban con sus cámaras hasta el pabilo de los cirios apagados de los nazarenos.

hiniesta005Rozando las cuatro y media de la tarde, la luz se tornó en tinieblas. Primero fue una leve llovizna –que muchos resistieron sin hacer visibles los fatídicos paraguas–, pero, en cuestión de segundos casi, la nube comenzó a descargar más y más agua. De sirimiri a chubasco para ir a parar en persistente tromba de agua. El Cristo de la Buena Muerte, que en ese momento discurría entre Morera y Fray Diego de Cádiz, era el blanco de todas las miradas, exaltadas, con lágrimas en los ojos. Volver (un año más) era la única opción. Pero hacerlo conllevaba, inevitablemente, continuar soportando una manta de agua ante la que no fue fácil guardar la compostura de la cofradía.

Pero lo consiguieron. Marcha atrás, desde su ubicación en ese instante y hasta San Julián pasando por Madre Dolores Vázquez, Ramón Ariza Moreno, capataz de la Buena Muerte, llevó al crucificado a paso de mudá salvando en el mínimo tiempo posible la dificultad del arco de la puerta y la ligera inclinación de la calle. Ésta bullía en aplausos. Emociones sí, pero no precisamente las que nadie quería vivir. Otro año más, la Hiniesta fue poco más que un amago.

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