Cultura

Aquella brigada de los lápices afilados

España, 1936. Algunos de los mejores escritores y reporteros de todo el mundo visitan las ciudades y las trincheras para contar el desarrollo de un conflicto que dividiría el corazón del orbe. Una exposición resalta ahora el papel que desempeñó esta brigada internacional de plumillas y foteros.

el 15 sep 2009 / 00:05 h.

España, 1936. Algunos de los mejores escritores y reporteros de todo el mundo visitan las ciudades y las trincheras para contar el desarrollo de un conflicto que dividiría el corazón del orbe. Una exposición resalta ahora el papel que desempeñó esta brigada internacional de plumillas y foteros.

La muestra Corresponsales de guerra en España fue organizada por la Fundación Pablo Iglesias y el Instituto Cervantes, y estos días se expone en el Museo de Artes y Costumbres Populares de la capital hispalense gracias al Centro de Estudios Andaluces, después de haber sido vista por 40.000 personas en Madrid e itinerar por ciudades como Nueva York, Lisboa, París, Moscú o Estocolmo.

Una de las cosas que más llaman la atención de un primer vistazo al visitar la exposición o consultar el lujoso catálogo publicado al efecto, es la impresionante lista de nombres y medios de comunicación que se ocuparon de España durante los tres dramáticos años de la contienda. Allí estuvieron Hemingway, John Dos Passos, Antoine de Saint-Exúpery, Ilya Ehrenburg, George Orwell o Arthur Koestler -que fue encarcelado y amenazado de muerte por el bando nacional-, sólo por citar algunos de los que acabarían consolidando su obra literaria.

Y órganos como The Times, Diàrio de Lisboa, News Chronicle, La Nación, The New York Times, Daily Mail o Pravda levantaron acta de una guerra fraticida que sirvió, en palabras del presidente de la Fundación Pablo Iglesias, Alfonso Guerra, como "un teatro de operaciones ideológico que influyó al mundo entero".

Si bien los corresponsales empezaron asumiendo posiciones de neutralidad, la mayoría no tardó en inclinarse a favor de del bando republicano, y fue muy crítica con el pacto de no intervención de las potencias mundiales, que a su juicio estaban traicionando a un gobierno legítimo. En cualquier caso, contar lo que veían se convirtió para todos en una exigencia moral.

Entre los cientos de páginas publicadas en todos los idiomas durante aquellos años, hay, como no podía ser menos, relatos estremecedores. Jay Allen, que logró entrevistar a Franco y a José Antonio Primo de Rivera, narró la cruel entrada de las tropas franquistas en Badajoz: "Ésta es la historia más dolorosa que me ha tocado escribir (...). Vi fuego. Están quemando cuerpos. Cuatro mil hombres y mujeres han muerto...". Mário Neves también describió aquella masacre, y George Steer hizo la gran crónica del bombardeo de Guernica, que pasaría tristemente a los anales como el primer bombardeo contra civiles de la Historia de la Humanidad.

Hubo también casos singulares, como el de Harold Philby, cronista que experimentó el impacto de un obús perdido en su coche y que fue condecorado por Franco en persona con la Cruz Roja del Mérito Militar, aunque años más tarde se supo que había venido como espía soviético.

No faltaron los reporteros como Herbert Matthews que, encandilados por las emociones del momento y por el modo en que se ponían en juego tantos ideales, decían haber vivido "lo mejor de nuestras vidas, y lo que vino después y aún vendrá, jamás a transportarnos a aquella cumbre".

Sin embargo, y a pesar de los testimonios más o menos sugestivos que han quedado, la tarea de los corresponsales extranjeros en España no fueron unas vacaciones precisamente. Cinco de ellos murieron por los bombardeos o los francotiradores, muchos resultaron heridos, debieron jugársela sorteando la censura de ambos bandos e incluso algunos tenían que formar filas cuando Millán Astray, al mando de la Oficina de Prensa salmantina, los convocaba a golpe de silbato para que escucharan su arenga diaria.

No cabe duda, sin embargo, del valor que tuvieron estas crónicas no sólo para los bandos implicados durante el conflicto, sino también para las generaciones posteriores. En estos textos, más o menos parciales, más o menos apasionados, pero todos ellos elocuentes y en conjunto riquísimos, se empezaba a escribir la Historia de la Guerra Civil española.

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