"Sin transición social previa, no habría habido transición política". Es una de las conclusiones de la tesis de este investigador, que rastrea los orígenes y consecuencias del activismo estudiantil con que la Hispalense osó toserle al régimen.
Bajo el título de Subversivos y malditos en la Universidad de Sevilla (1965-1977), el profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Huelva Alberto Carrillo Linares estudia la implantación, en dicha institución, de las organizaciones políticas clandestinas y su relación con el movimiento estudiantil. Se trata de una tesis doctoral dirigida por Rafael Sánchez Mantero y que viene prácticamente a inaugurar la bibliografía sobre el tema, pues como recuerda su autor, "apenas había nada estudiado más allá de las vivencias de los protagonistas".
Su tesis, que será publicada en unos meses por el Centro de Estudios Andaluces en versión divulgativa, permitirá a los lectores reconstruir aquel agitado microcosmos estudiantil, un vivero irreverente, díscolo e incómodo para el régimen franquista que actuaría de semillero para los partidos políticos que operaban en la clandestinidad; pero más aún, de catalizador de unos vientos de cambio que, poco a poco, habrían de llegar tras la muerte de Franco.
Carrillo parte de las luchas contra el Sindicato Español Universitario, el único falangista y de filiación obligatoria. "Pero desde los 50 se empieza a apreciar una relajación en esa obligatoriedad, y no pocos estudiantes dejan de pagar al sindicato, mostrando su distanciamiento". El mismo que "explotaría en los años sesenta tanto por reacción contra el régimen como por contagio de aquella cultura de la protesta inaugurada en Estados Unidos y propagada como un vendaval por el resto del mundo, incluidas autarquías como la nuestra.
"Sevilla, como España, no estaba ajena a lo que se cocía en el mundo, y lo evidencia esa generación de la que emanaron los Smash, los viajes tan de moda vía LSD, la estética hippie...
Fermento activo. La de Sevilla, matiza el investigador, no fue precisamente de las universidades más activas; Barcelona y Madrid llevaban la voz cantante, lo que no obstó para que, al calor de esa revolución cívica, destacaran figuras como las de Alfonso Guerra, Luis Yáñez, Alfonso Fernández Malo -"un olvidado de la historia", puntualiza-, y detrás de ellos Felipe González, Guillermo Galeote, Manuel Chaves, Escuredo... Todos ellos, desde los sesenta, estaban afiliados a las Juventudes Socialistas, "aunque raramente actuaban en la universidad como tales". También había féminas, como María Rosa Gamero -"desaparecida de la historia oficial"- y Carmen Romero.
Al margen del PSOE y otros muchos partidos que dibujaban una sopa de siglas políticas, las organizaciones clandestinas más importantes eran el PCE y el PCE (Internacional), con su sección juvenil, la Joven Guardia Roja.
"Ahora bien, el porcentaje de estudiantes organizados políticamente nunca superó el 5%. Es decir, que las movilizaciones no estaban condicionadas exclusivamente por las organizaciones, sino por la aparición de esa nueva cultura de protesta de carácter cívico, de la que germinó una transición social como no hemos conocido otra", sentencia Carrillo, quien constata cómo, tras la muerte de Franco, ese movimiento fue desinflándose poco a poco, cediendo el protagonismo a una clase política curtida en carreras delante de los grises.