La Guerra Civil de 1936 no fue la primera, ni la segunda, ni la tercera sino la cuarta o la quinta, partiendo de la de Sucesión, a principios del XVIII. En la que tuvo lugar en 1823 para derribar el régimen constitucionalista de Riego con el apoyo de tropas francesas, se produjeron decenas de miles de víctimas, tan desaparecidas de las poblaciones como las de la última pero sin que luego nadie las rehabilitara. Cosas similares ocurrieron en el Año de los tiros -1888-, en Río Tinto, siendo en este caso los propios familiares los que enterraban en secreto a sus parientes para no perder ellos mismos el trabajo.
Ante esas cosas nuestros conservadores siempre y paradójicamente recitaron la estrofa del Romancero Gitano: Señores guardias civiles/ aquí pasó lo de siempre/ han muerto cuatro romanos/ y cinco cartagineses; lo han intentado también ahora cuando, por primera vez, se lleva a cabo un proceso distinto, promovido por los herederos intelectuales de los perdedores y encaminado a lograr que esos muertos -asesinados- recuperen su dignidad y quede claro que la contienda no fue la pelea de dos bandos sino una guerra injusta, emprendida desde la ilegalidad por quienes se alzaron contra un Estado surgido de la voluntad mayoritaria.
En IU, que tiene a gala hacer ondear en sus sedes la bandera de aquella España (tan oficial como la de ahora), el proceso esta siendo subvertido por algunos dirigentes y por gente que, con poco cerebro, realiza pintadas iguales a las de hace 25 años contra personalidades como Tarancón y, en definitiva, da la razón a los que intentan presentar la Guerra Civil como la copia de los garrotazos de Goya. Deberían prestar atención a no correr tanto hacia delante no sea que lleguen al mismo punto donde se encontraba la ultraderecha española en la Transición.
Antonio Zoido es escritor e historiador