Fue el niño de la UCD, varias veces ministro con Aznar y eterno aspirante en su tierra. Del candidato, las encuestas dicen que es quien tiene más posibilidades de ser el próximo presidente de la Junta pero no acaba de despuntar en las valoraciones, pese al importante tirón que en estos momentos tiene la marca PP. Tiene que convencer a andaluces que nunca han cogido una papeleta con el símbolo de la gaviota en unas autonómicas, de que voten a la derecha o al centroderecha, que preferiría él, para dar una posibilidad al cambio. Para atraer a estos votantes que consoliden la mayoría absoluta que el PP necesita para gobernar, Arenas tiene que convencerlos de que no es ni un fullero, ni un charlatán, ni un abrazafarolas, ni un señorito andaluz ni el típico sevillanito de otros tiempos, como llevan años retratándolo sus adversarios. Debe demostrar, y en ello lleva los cuatro últimos años, de que tras el bronceado y la ceja levantada con la que le caricaturizan, hay un presidente para Andalucía. Para que le den su oportunidad, el candidato popular está vestido de político responsable, moderado, prometiendo un cambio tranquilo "sin resentimientos", llamando al diálogo y proponiendo pactos por doquier.
Podría decirse que Arenas, que tiene un don de gentes innegable y un encanto indiscutible en las distancias cortas, está hasta menos simpático, más serio, más reflexivo. En el congreso del PP que se celebró en Sevilla y que supuso el pistoletazo de salida a la campaña electoral, muchos le vieron distinto. Parecía en algunos momentos enfadado. El popular, que consolidó su poder dentro del partido como hombre fuerte y mano derecha de Mariano Rajoy, no tenía motivos para estar preocupado, pero lo aparentaba. No se le escucharon bromas ni chascarrillos, no estuvo especialmente chistoso. Arenas ya trataba de vencer a Arenas.
Él es el principal director de su campaña. Él decide. Escucha, dentro de un círculo muy restringido, no más de tres, máximo cuatro asesores, tienen posibilidades de hacerle cambiar de opinión. Viene de vuelta, en el sentido literal. En otros tiempos no habría dudado en acudir a un debate en la televisión pública. Esta campaña ha sorprendido dejando su atril vacío. Es la vez que está más cerca de la mayoría absoluta y la ocasión en la que va menos sobrado. Dice que se lo pensó hasta el último minuto, que sopesó seriamente pros y contras y que finalmente no acudió a la televisión pública. Él cree que no se ha equivocado. Le interesaba una pelea de izquierdas, cree que estuvo mejor Valderas que Griñán -aunque días atrás dijo que no había visto el debate- y se muestra convencido de que se hubiera arriesgado a un dos contra uno, que habrían tratado de acorralarlo con la reforma laboral y otras medidas del Gobierno de Rajoy que le están estallando en la campaña y que eso no le interesa.
Ya se sabe, su campaña es de cero riesgos. O eso quería él, por más que de nuevo sus compañeros de partido de Despeñaperros hacia arriba estén irrumpiendo desafortunadamente en su estrategia. No le ayuda la crisis, ni el Gobierno de Rajoy, ni la ministra Ana Mato, que en esta ocasión barajó el copago y hace cuatro años dijo que los niños andaluces eran analfabetos. No le ayuda María Dolores de Cospedal ni que su marido haya tenido que descolocarse de Red Eléctrica. Podría decirse que le ayudan más los socialistas y sus escándalos de corrupción que todo el PP en tropa, con buenas intenciones, pero mal escenario y poca fortuna en Andalucía. En realidad, Arenas está solo con Arenas y ante unos seis millones de andaluces. Como dicen los políticos antiguos, tiene que convencerlos de que es alguien a quien le comprarían, sin dudarlo, un coche de segunda mano.