Yo suelo regresar eternamente al eterno retorno, escribía Borges en El tiempo circular, pensando seguramente en Javier Arenas que, cíclicamente, regresa al tema de la residencia del presidente y de las sedes de la Junta. Antes la tomó con la Casa Sundheim o Torretriana y ahora pide, para dar ejemplo ante la crisis, la paralización de las obras de restauración del Palacio de San Telmo, al tiempo que promete también quedarse en la Casa Rosa si llega a presidir el gobierno andaluz.
Cuando el soniquete de las medidas ejemplarizantes se aplica a cualquier terreno, en general, suelen omitirse sus secuelas. Al principio de la Guerra Fría había gente en Estados Unidos animando al Gobierno a dejar caer sobre los rusos una bomba atómica "para mandarlos al infierno" sin decir que la extensión de la Unión Soviética aseguraba una respuesta similar o peor. Y por aquí siempre se ha escuchado en círculos demagógicos que con la pobreza se acababa vendiendo piezas lujosas, como los mantos de la Macarena, sin caer en la cuenta de que los pobres seguirían siendo los mismos si el dinero recogido se reparte entre todos.
Algo así pasaría con el "ahorro ejemplar" en San Telmo, porque la empresa no se conformaría con la paralización y habría que indemnizarla, y a los 200 trabajadores pagarles el paro, dejando empantanado uno de los edificios civiles más emblemáticos de Andalucía y volviendo al mismo punto -o más atrás- de donde se partió cuando fue comprado porque se caía a pedazos. El ejemplo de austeridad saldría muy caro. En cambio, el traslado de la sede del presidente de la Junta de San Telmo a la Casa Rosa traería otras consecuencias: los que trabajan allí ya están como piojos en costura. Y nunca mejor dicho, porque han cambiado el palacio de los Montpensier por el chalet de su sastre.
Antonio Zoido es escritor