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Aristóteles y las farolas

En su Ética a Nicómaco Aristóteles definía el hábito como lo que nos inclinaba a actuar bien o mal en el terreno de las pasiones, o sea, en el de las influencias y por eso podían existir hábitos buenos y malos. Los sevillanos, como los habitantes de cualquier otra ciudad los tenemos de las dos clases pero hay...

el 15 sep 2009 / 10:06 h.

En su Ética a Nicómaco Aristóteles definía el hábito como lo que nos inclinaba a actuar bien o mal en el terreno de las pasiones, o sea, en el de las influencias y por eso podían existir hábitos buenos y malos. Los sevillanos, como los habitantes de cualquier otra ciudad los tenemos de las dos clases pero hay terrenos en los que las pasiones nos juegan malas pasadas, y no me estoy refiriendo al fútbol; me refiero, en general, a nuestra tendencia a pedir que las cosas se repitan hasta la extenuación y, en particular, a las dichosas farolas fernandinas que ganan por goleada en la encuesta on line realizada por este periódico a propósito de su implantación en la Plaza del Salvador.

Su contrincante es otra que nada tiene de innovadora: la llamada báculo por su semejanza con el cayado ceremonial de los obispos o el de los peregrinos del Camino de Santiago. Nadie sabe si la preferencia se debe a la nostalgia por la época de María de las Mercedes o es producto del lío de las famosas catenarias, pero lo cierto es que mayoritariamente nos identificamos con algo sin mirar su razón práctica. ¿Ha pensado alguien que farolas como las fernandinas, cuya luz es horizontal, no alumbran el pavimento metidas entre naranjos?, ¿no serán más prácticas las que la proyecten sobre el suelo? Las pasiones pueden traernos tropiezos y no sólo mentales sino de los de padre y muy señor mío.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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