Cofradías

Arriba, abajo y de vuelta a las arenas

El nuevo horario de paso de Coria por Villamanrique resta público a la filial

el 24 may 2012 / 19:58 h.

"¡Qué pena! ¡Me da pena verla llegar! ¡Con el trabajito que costaba antes llegar a los porches!", se lamentaba ayer un peregrino coriano, perfectamente perfumado y con el sabor del café y el aguardiente aún en la boca, al ver con qué facilidad avanzaba por la Plaza de España de Villamanrique la carreta de plata de su hermandad. Y es que el horario que estrenó Coria el año pasado ha diluido, y mucho, el gentío y la fiesta que se formaba en este punto emblemático del camino al paso de su hermandad.

Pasan más de 60 filiales por estos porches para saludar a la Más Antigua de las hermandades. El pueblo se vuelca con cada una y cada una comparte sus mejores cantes, sus rezos y el esfuerzo de los bueyes subiendo los siete escalones para meterse casi -y sin el casi en ciertos casos- en el interior de la parroquia de Santa María Magdalena. Este paso de hermandades, que se prolonga tres intensos días y que tiene su réplica en el camino de vuelta, está declarado, no en vano, Fiesta de Interés Turístico Nacional de Andalucía.

Pero Coria era especial. Y no por Villamanrique, que no hace distinciones, sino por el pueblo de Coria. Los que no venían andando con su Simpecado llegaban en autobuses organizados expresamente. De pasar a las dos o las tres de la tarde, directos desde el Quema, y ocupar toda la plaza sin dejar hueco casi a la majestuosa carreta, a hacerlo a las 10 de la mañana, recién levantados, sin vecinos llegados para arroparlos. "Tenemos que acostumbrarnos al nuevo horario. Poco a poco volverá a venir todo el mundo", apuntaba el carretero de la Virgen, Franciso Álvarez -que dedica este camino a su hija, Rocío, de 10 meses, que el año pasado ya vino en el vientre de su madre, Merche-. Todo unido a los estragos de la crisis: de 136 reuniones que venían el año pasado con la hermandad, "y esto ya suponía un gran descenso para nosotros, este año no llegamos a 90", explicaba el hermano mayor, Antonio Palma.

"Pero es lo mejor para los animales, así pueden descansar más", coincidían Álvarez y Palma. Y es que, con el antiguo horario, la hermandad llegaba a Hato Blanco, la finca donde pernocta, "una finca privada a la que vamos invitados", remarca el hermano mayor, a medianoche o más y el viernes emprendían el camino a las seis de la mañana. Ahora llegan mucho antes.

Adornada con flores en tonos morados y verdes, la carreta que manda Francisco, subió en una exalación los siete escalones. El templo se llenó de corianos que cantaron la Salve y lanzaron los típicos vítores. Y cuando los bueyes volvían a pisar los adoquines de la plaza, los corianos empezaron a cantarle a Villamanrique, "por ser la primera que fue al Rocío", y a su Simpecado y sus peregrinos. Tocó el tamborilero e hizo cantar a toda la plaza: "Lo dicen las campanas, que nadie se pique, que está llegando Coria, con su Simpecado hasta tu puerta, Villamanrique de la Condesa".

Pero la campana de la torre de la parroquia ya había repicado antes por Olivares, cuya carreta salió de la plaza de espaldas. Repicó también por La Algaba, cuyos bueyes, que tenían "prisa por llegar al Rocío", a decir de su carretero, a punto estuvieron de caerse al bajar los escalones la primera vez y de soltarse, en el segundo intento.

Y repicó por todas las que pasaron... y por La Puebla del Río, que cada vez trae y atrae a más gente y que dejó a todos listos para empezar el camino. Entre el concierto espontáneo que ofrecieron los Romeros de la Puebla, el hijo de uno de ellos, Faustino, miembro de Ecos de las Marismas, la nieta y todo el peregrino que quiso cantar, sin prisas, disfrutando de unos porches entregados, aguantando la carreta -y pese a que la Guardia Civil tuvo que abrir un pasillo para que sacaran el resto de carretas porque uno de los bueyes estaba "dislocado"- y el bautizo del tamborilero.

"Hasta ahora no me he sentido tamborilero de la Virgen", comentaba emocionado Francisco Javier Mayo. Y es que, aunque éste es su tercer camino con la flauta y el tamboril, es el primero que pasa por Villamanrique, y "ésta es la cuna del tamborilero". Así, en los escalones, el joven párroco, Carlos Blanco, bautizaba por primera vez a un tamborilero y Francisco Javier recibía el nombre de Goro, "un nombre muy manriqueño", en recuerdo de aquel cazador que encontró la talla de la Virgen en Las Rocinas.

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