Jóvenes al día

Arte ambulante: sobrevivir como artista callejero

Cada vez son más los jóvenes artistas que regalan arte a cambio de poco o nada. En Sevilla es fácil encontrar manifestaciones artísticas, pero no todos los artistas trabajan en galerías o teatros, para algunos su escenario es algo diferente. Muchos trabajan en la calle.

el 16 may 2014 / 08:00 h.

15741465Julio Pina hace graffitis desde que tenía 14 años. A día de hoy, con 34 años, sigue haciéndolo, su nombre artístico es Bizcui. Han pasado 20 años y dice que la gente cada vez contempla el mundo del graffiti como una expresión artística más. Estos años de trayectoria del arte urbano han hecho que el escritor de graffiti se consolide y cada vez sean más los demandantes de este arte. «Hoy en día la gente sabe diferenciar entre un graffiti y una pintada, entre un artista y un gamberro» declara. Asegura que un graffitero no empieza a pintar para tener una profesión: «Con el paso del tiempo puede que alguno se lo plantee y tenga la calidad suficiente como para realizar trabajos profesionales y dedicarse a ello», manifiesta. Todos se inician en el mundo del graffiti por hobby. «Es algo vocacional, no buscas ganar dinero. Para tener mi primer trabajo profesional me pasé 10 años pintando, se trata más de un gasto –pintura, juicios, denuncias- que de un beneficio», añade. El graffitero hace arte, eso es indiscutible para Bizcui. «Se trata de otra técnica: la pintura acrílica o al óleo es arte. ¿Por qué el graffiti no iba a serlo también?», sostiene. El graffiti es un arte callejero, de eso no cabe duda. Aunque cada vez haya mayor número de exposiciones en galerías que se dedican a exponer este arte fuera de su medio, la calle sigue siendo el hogar de esta forma de expresión artística. «El graffiti es calle, nuestros lienzos son la calle. Donde hay una superficie antigua, deteriorada o en blanco, nosotros vemos color y mensaje», asegura. Cuando Bizcui descubre su pasión por el arte, decide formarse en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Sevilla. Desde entonces se ha dedicado al diseño gráfico e interiorismo, además de perfeccionarse en el mundo del graffiti. Comenta que es un mundo complicado, «no siempre tienes algo en lo que trabajar, puedes pasar rachas con mucho trabajo y meses en los que tienes ni un encargo», sostiene. En la actualidad trabaja en una pizzería a media jornada para poder llegar a fin de mes. Comenta también que no todos los graffiteros se dedican profesionalmente al mundo de las artes: «Hay fontaneros, maestros o empresarios que en sus ratos libres salen a pintar». Reconoce que hay gente que piensa que más que adornar este tipo de arte destroza, aunque por lo general lo acogen baste bien: «Mientras no pintes en la puerta de su casa la gente lo aprueba», sostiene. Al preguntarle por las limitaciones que se encuentra a la hora de trabajar, lo tiene claro: «La principal dificultad son las sanciones a las que nos enfrentamos si pintamos en algún lugar en que no esté permitido». Denuncia que se puedan pegar carteles en muros en cualquier momento y sin embargo no sea posible pintar, pues te arriesgas a ser multado por la policía. Cree que ambas cosas son parecidas y las sanciones muy diferentes. «He sido multado en alguna que otra ocasión por llevar a la práctica mi pasión», afirma. Aclara que en la mayoría de los casos se trata de multas administrativas, si bien se contempla la pena de cárcel para reincidentes. Los graffitis están prohibidos en la vía pública, «para pintar hay que pedir permiso al dueño de la pared, si él da el sí no hay problema», declara. Cuando no es posible pintar a pie de calle, buscan otros lugares donde no dañen la estética del lugar, tales como descampados, muros abandonados o algún lugar habilitado para tal efecto. Reconoce que a pesar de estar prohibido y el gran incremento de las sanciones, los graffiteros seguirán pintando y haciendo suyo un espacio que consideran de todos: la calle. TRANSFORMANDO UN BARRIO. El pasado mes de febrero se llevó a cabo en el Polígono Sur de Sevilla un programa para la recuperación de las fachadas de la zona mediante el empleo de la técnica del graffiti y la ayuda de los jóvenes del barrio. El proyecto Habitar 2.0, tres culturas y un solo barrio en palabras de su directora, Ana Gayoso, «pone en el centro de la acción a las personas y sus necesidades reales, girando las metodologías de trabajo para que afronten los graves problemas detectados buscando complicidades en el barrio». Comenta que esta iniciativa no sólo se ha llevado a cabo en Sevilla, sino también en otras zonas de nuestra región. «A través de acciones basadas en la participación ciudadana se pretende alcanzar los objetivos propuestos», dice. Este proyecto surge en el contexto generalizado de debilidad económica, poca empleabilidad, falta de referentes educativos, dependencia de los servicios sociales, uso inapropiado de los espacios comunes, falta de equipamientos e incluso desconexión con el resto de la ciudad de los vecinos de este barrio. «Estas circunstancias nos llevan a pensar que es necesario un cambio en los modelos de gestión de los servicios públicos y de los planes de acción en estos barrios», asegura. Se trata de una iniciativa puesta en marcha entre la Consejería de Fomento y Vivienda, a través de AVRA (la Agencia de Vivienda y Rehabilitación de Andalucía) y la Unión Europea mediante Fondos Feder. Tiene como objetivo elaborar, validar y transferir una metodología de intervención que defina acciones de regeneración urbana desde la intervención social participativa, sensibilizadora y rehabilitadora. Se busca el impulso de la participación ciudadana, la sensibilización del uso de la vivienda y espacio público, al mismo tiempo que potenciar las iniciativas económicas y empresariales junto con el desarrollo de las identidades del barrio. «Lo principal es reforzar la identidad positiva del barrio y mejorar los espacios públicos que articulan la convivencia», asegura la directora. Para ello, se han puesto en marcha talleres de sensibilización para la población joven en torno a la técnica del graffiti y se ha adecuado un local para uso colectivo. «Se pretende potenciar a los jóvenes en la reflexión teórica, la formación en valores, el desarrollo de técnicas de creación artística y la ejecución compartida con artistas y educadores sobre los espacios públicos», manifiesta. Los jóvenes han sido los verdaderos protagonistas de este programa, desde el mismo proceso participativo en el que influyen en la toma de decisiones, hasta en la propia ejecución del taller de graffiti. «Se persiguió el consenso para determinar los motivos de los graffitis y para ello se habló con ellos», comenta Gayoso. Se trataba de representar la realidad de los vecinos y que sintieran los murales suyos y se consiguió. Prueba de ello son los murales de Camarón de la Isla o el retrato de los vecinos Juan y Josefa. «Lo que la gente respeta es aquello que consideran propio, sobre lo que tienen la oportunidad de hacer e influir» asegura. El taller ha representado una oportunidad creativa de formación y mejora a través de la praxis de su entorno, una oportunidad de conocimiento y al mismo tiempo de crecimiento. Esta iniciativa ha devuelto dignidad a un barrio estigmatizado mediante la manifestación de aspectos positivos, reforzando su identidad y la de sus vecinos, sacando a la luz el talento de muchos artistas hasta ahora desconocidos. No es raro pasear por las calles del Centro de Sevilla y observar a jóvenes que nos deleitan con lo que mejor saben hacer: manifestar su arte. Calles como Sierpes, Tetuán, la Plaza Nueva o la Avenida de la Constitución son algunos de los lugares frecuentados por estos artistas callejeros. Algunos se buscan la vida, otros regalan a los viandantes sus mejores cualidades, e incluso los hay que se promocionan buscando una oportunidad, esperando a un cazatalentos que se fije en ellos y los lance en el mundo de las artes y el espectáculo.   ARTISTAS AL SOL. El Pistolero Marrón es uno de ellos. Al preguntar por su edad da una sonrisa por respuesta, hace lo propio al preguntar de dónde viene. Cuando se caracteriza parece una verdadera figura inerte que adorna las calles de la ciudad. Sólo destaca sobre el marrón cobrizo que recubre su cuerpo y vestimentas de cowboy el azul intenso de sus ojos. Su acento lo delata, no es español. Por sus rasgos podríamos pensar que procede de algún país europeo, tal vez Italia, aunque por qué no americano. «Quiero regalar a las personas lo que soy capaz de hacer», declara al preguntarle por qué lo hace. «No lo hago por dinero, esto no te da para vivir», aclara el Pistolero Marrón. Cometa que la calle no es fácil, por lo general la policía nunca le ha prohibido estar en la calle, sólo le aconsejan no obstaculizar el paso de los viandantes. Muchas personas se paran a tomarse fotos con él, otros se detienen a contemplarlo unos minutos. Su rigidez y control de movimientos es algo que sorprende, mucho más teniendo en cuenta las altas temperaturas de estos últimos días. Dice que en unos días se irá de Sevilla buscando un lugar más templado donde pasar el verano. «La costa es una buena opción», apunta. Sobre si volverá en otoño de nuevo a la ciudad dice no tenerlo claro. Su vida es bastante poco planificada. Nora y Cristi Nogales son dos hermanas bailaoras que se dedican a hacer espectáculos flamencos en plena calle. Llevan bailando desde que eran pequeñas. Imparten clases de baile y actúan en alguna que otra peña flamenca. Hace unos años el trabajo empezó a flaquear y decidieron echarse a la calle a probar suerte. «Después de trabajar en muchos sitios y tener a muchos jefes, vimos que bailábamos mucho para ganar muy poco», sostienen. Los espectáculos son caros y no todo el mundo puede permitírselo, subrayan. «En la calle también ganamos poco, pero al menos ofrecemos nuestro espectáculo de forma libre y gratuita a todo el mundo». Apuntan un dato curioso: «Muchos confunden arte callejero con mendicidad». Muchas personas se acercan pensando que les dan limosna, dicen. Tienen claro que lo que hacen es un trabajo: hay que caracterizarse, ensayar... «Nos preparamos igual que si fuéramos a dar un espectáculo en una peña», defienden. Dicen que no se encuentran obstáculos a la hora de trabajar en la calle. Aunque tienen alguna que otra anécdota sobre maleducados que las han faltado al respeto. Por lo general dice que sólo tienen que pedir permiso a Urbanismo para poder realizar manifestaciones de arte en la calle: «Suele tardar un mes, aunque depende del lugar, puede que el permiso nunca llegue», plantean. Dicen que con lo que sacan de la calle no les da para vivir: «El mes que más hemos ganado no llegamos a los 800 euros, trabajando todos los días y teniéndolo que repartir entre dos». Su nivel de ingresos depende mucho del turismo que haya en la ciudad, aseguran. Hay mucha competencia en la calle, así lo manifiestan, en otras ciudades incluso se hacen pruebas de selección para otorgar permisos a los artistas. «Sevilla es una ciudad donde hay muchos artistas callejeros, aquí la gente se lo curra mucho, no es fácil destacar entre tanto talento y tanto viandante», señalan las hermanas. Este periódico se ha puesto en contacto con el Ayuntamiento de Sevilla durante más de una semana para intentar saber cómo se regula el arte en la calle o si existe algún tipo de ordenanza municipal al respecto, pero no se ha obtenido respuesta.

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