Hay que ser antiguo para acordarse del Hierro, un entrañable personaje de mi juventud que, nada más aparecer por el Coliseo, era jaleado por la tropa al grito de ¡Jierro, págale el traje a Burgos!, al que correspondía mentando los calostros de toda la parentela de sus ofensores. Aludían, con lo de su deuda, a la tienda de confecciones de enfrente de la Catedral, donde paraba muy en precario. ¡Qué tiempos!
Allí compré mi primera bufanda, corbata y guantes. La echo de menos; te atendían en silla -eso sí que era mobiliario-, si querías, tenderos cabales de los de entonces, con metro de hule. Era una Avenida distinta, con Pegasos largando follonazos de gasoil quemado, camiones en Correos, el Martínez cagado de palomina, curas con sotana y borricos con angarillas llenas de búcaros y dornillos, cuya facilidad de esfínter hollaba el adoquinado -señaléctica predemocrática- para que no se perdiera nadie que viniera del pueblo.
Esa acera derecha gloriosa ha sucumbido al final al glamour de la remastered avenue peatonalizada. Hace poco, sin desmerecer a sus vecinos, ha abierto un nuevo negocio con el mismo nombre de rancio abolengo castellano de sus ancestros, superado, por fin, el trauma del arboricidio, atribuido al alcalde mediante electrocorreo.
Qué decepción, qué oportunidad de reivindicación de los gustos capitalinos frente a la catetez dominante. Se ha impuesto el estilo Móstoles con aires de Salamanca barrio. Al final, zurrapa. El alcalde estará que trina, después de tanto esfuerzo estético, y qué decir de las asociaciones del gusto. A lar dos en la Riviera del Zapato, se oye en el AVE de Madriz. Cómo añoro a Segarra.
Licenciado en Derecho y Antropología
aroca.javier@gmail.com
