Periódicamente, los medios de comunicación sitúan en primer plano de la actualidad la figura del asesor que actualmente existe en nuestras instituciones públicas. Recientemente, esa figura se ha asociado a comportamientos políticamente no correctos, sea por el mal uso de recursos públicos, sea por la dedicación de su tiempo laboral a menesteres diferentes de aquellos por los que se le retribuye. A estas alturas de la vida democrática de nuestro país, conviene subrayar esa esquizofrenia social que, por un lado, valora positivamente las instituciones del sistema democrático pero que, por otro, denosta a quienes las gobiernan. De ahí que noticias como las que motivan este comentario vienen a alimentar y a argumentar la visión negativa de este tema.
Pero es bueno recordar que, en su origen, el puesto de asesor tenía su razón de ser y que tal hecho no tendría por qué haber variado: si hablamos de quien ayuda al que toma decisiones a perfeccionar su criterio; si hablamos de quien suministra información que mejora el conocimiento del responsable público,? la figura del asesor tiene sentido. Para ello, tal como estaba pensado en el origen, damos por supuesto que hablamos de personas con formación y criterio, tal como corresponde a una sociedad profesionalizada, lo cual haría difícil la crítica. De ser así, no importaría ni la afiliación ni el posicionamiento partidario, ni la edad, ni el género, ni la procedencia territorial,? sencillamente aceptaríamos que, en una sociedad del conocimiento, esas instituciones que han ocupado relevancia mediática tanto por el plantel de asesores como por determinados comportamientos de algunos de ellos, cuentan con personas inteligentes y preparadas para contribuir a la mejor prestación de servicios públicos en Andalucía.
Director del Centro de Estudios Andaluces
