Se veía venir, y en el pleno del Congreso del pasado miércoles, se hizo evidente la soledad del gobierno y, de forma especial, la de su presidente Rodríguez Zapatero. Fue a la hora de explicar lo que había sucedido con el anuncio de la retirada de las tropas españolas de Kosovo. Los matices fueron diferentes, según la ideología de cada portavoz parlamentario, pero quedó claro que la totalidad de la Cámara, a excepción del PSOE -y si pudieran hablar con libertad veríamos que el cierre de filas es mera disciplina- aprovechaba la ocasión para arremeter con inédita dureza contra el gobierno.
La verdad es que se notaba que era una puesta en escena, aunque los argumentos para el reproche eran sólidos. Y digo lo de la puesta en escena porque, entre otras cosas, de lo que se trataba era de hacer ver, no sólo a Zapatero y sus ministros, la soledad parlamentaria en la que se encuentran, sino también el hacer llegar esta sensación a la opinión y lo consiguieron.
Quedó claro que el gobierno se encuentra aislado, y que cada día les será más difícil obtener apoyos, con lo que a partir de ahora el parlamento va a ser su calvario.
Para entender esto hay que retroceder hasta el momento de la investidura de Zapatero como presidente, cuando prefirió la soledad minoritaria a los pactos. Después, claro está ha venido la ruptura con el PNV, al permitir que Patxi López, con el apoyo del PP, vaya a sustituir a Ibarretxe, con todo lo que ello supone en la presidencia del ejecutivo vasco.
La ruptura con el PNV, y su escenificación en el Congreso era inevitable, porque peor hubiese sido para el PSOE el haber permitido que los nacionalistas siguiesen gobernando en el País Vasco, cuando España entera está atenta a cómo se aprovecha, o desaprovecha, esta oportunidad histórica. Es decir que se imponía la teoría del mal menor.
Pero en el tema de Kosovo, se podía, y debía, haber actuado de manera muy diferente. Porque, sin entrar en el fondo de la cuestión, es decir, si España podía o no mantener una fuerza militar en un país cuya independencia no se reconoce, la forma en que se ha hecho, ha dañado la fiabilidad de nuestro país en cuanto al cumplimiento de sus compromisos internacionales.
Lo que podría haber sido una decisión fundamentada en derecho, y consensuada con nuestros aliados, se ha convertido, por la precipitación al anunciarla y los escenarios elegidos por la ministra de Defensa -espero que no se tome esto como un comentario machista- para dar a conocer la retirada de nuestras tropas.
Se ha despreciado la cortesía diplomática, en los tiempos y en los modos, y se ha deteriorado nuestra imagen internacional. Y para rematar la faena, a nivel interno se cierran en banda a la hora de reconocer cualquier tipo de error. Así es fácil quedarse solos.
Periodista
juan.ojeda@hotmail.es