Cultura

Así son los traductores sevillanos

Es un lugar común aceptado decir que Sevilla es tierra de escritores, pero muchos se sorprenderían al saber que el censo de traductores que habitan la ciudad es casi tan impresionante como el de los poetas y novelistas.

el 15 sep 2009 / 20:26 h.

Es un lugar común aceptado decir que Sevilla es tierra de escritores, pero muchos se sorprenderían al saber que el censo de traductores que habitan la ciudad es casi tan impresionante como el de los poetas y novelistas. Muchos, además, están entre los mejores de España.

Fernando Rodríguez-Izquierdo es probablemente el decano de los traductores hispalenses. Profundo conocedor de la lengua japonesa, este profesor de la Hispalense no es muy optimista sobre el oficio. "Es muy difícil vivir de esto, se hace sobre todo por afición", lamenta. "Tienes que sufrir que las editoriales te regateen sobre el precio mínimo estipulado por la Asociación de Traductores de España, o que te cambien cosas sin pedirte permiso. Pero trabajar sobre los textos es muy gratificante", añade.

La benjamina en el oficio es Blanca Tortajada, hija del poeta Vicente Tortajada y autora de unas estupendas versiones de John Updike. Para ella, "la traducción literaria es la más creativa de todas, pero también la más difícil, pues exige mucha reflexión y un esfuerzo por meterse en la piel del autor", comenta. Lo difícil, al parecer, es vivir de ello: "Para mí nunca había sido una aspiración profesional, pero ahora me temo que el día de mañana, si me dedico a esto, tendré que compaginarlo con otra cosa".

La mayor parte de los traductores sevillanos, en efecto, compaginan esta tarea con la docencia. Es el caso de Miguel Ángel Cuevas, quien se siente "muy afortunado por tener la traducción como actividad complementaria. Si tuviera que vivir de esto, me moriría literalmente de hambre, pero trabajar en la Universidad me permite escoger a los autores que me interesan y ofrecérselos a las editoriales", explica.

Traductor de algunos de los escritores italianos más sugestivos del siglo XX -algunos publicados en sellos prestigiosos y otros "durmiento el sueño de los justos" a la espera de un buen postor-, Cuevas defiende esta tarea como "uno de los pilares de nuestra cultura", y más aún por sus posibilidades a través del tiempo: "La traducción ahora posibilita la coincidencia entre acontemporaneidad y contemporaneidad. Quiero decir que, gracias a la traducción, tan contemporáneo es el último escritor norteamericano como Homero. Los textos originales son inmutables, pero una traducción siempre será distinta. Podemos leer un texto nuevo cada vez que se vierte al lenguaje de ahora", añade el profesor.

Victoria León, responsable de dos interesantísimos títulos de Chesterton y con diversos trabajos en prensa, se muestra optimista sobre las posibilidades de ejercer esta profesión en Sevilla. "Evidentemente, todos percibimos que esta ciudad tiene una industria editorial inferior a la de Madrid o Barcelona, pero mi experiencia, aunque corta, ha sido muy buena hasta ahora. Los proyectos en los que me he embarcado son interesantes y me han permitido empezar con buen pie", asegura.

Para esta sevillana, la traducción es una tarea, si no muy lucrativa, sí al menos capaz de dar grandes satisfacciones. "Hacer de mediador, de intermediario entre un autor de una lengua y los lectores de otra, es de las mejores experiencias que puede deparar la literatura", añade.

Enrique Baltanás, intermediario entre los lectores españoles y autores de la talla de Goethe, Potocki o Cardarelli, cree que el secreto del buen traductor "no es saber mucho francés, inglés o alemán, sino saber mucho español. Lo difícil es la lengua de llegada, buscar en ella los equivalentes oportunos", afirma. "Para mí, la traducción tiene mucho de recreación, incluso de creación: estás creando un texto nuevo, con matices distintos, aunque seas por supuesto fiel al texto original".

Para Baltanás, ser traductor en Sevilla entraña además el orgullo y la responsabilidad de "continuar la tradición de grandes traductores de esta ciudad, como Rafael Cansinos Assens o Manuel Romero Martínez", agrega.

Jacobo Cortines, otro de los grandes exponentes de la traducción en la ciudad -es autor de una memorable versión de Petrarca, entre otras faenas-, va un poco más allá y opina que "si hablamos de la tradición no sólo pienso en Cansinos, sino también en Fray Luis de León, en Jáuregui, en los hermanos Machado, en Juan Ramón, en Cernuda y otros del 27, aunque no creo que haya existido nunca una conciencia común de la traducción andaluza", explica.

En su caso concreto, "nunca he sido traductor oficial, pero imagino que tiene que ser bastante difícil. Yo le dediqué varios años de mi vida a Petrarca, y para mí fue una actividad por una parte torturante y por otra muy satisfactoria. Es lo mismo que escribir mis propios versos", apunta.

Yolanda Morató, joven traductora pero ya con una muy estimable obra publicada, se inclina por la reivindicación: "Creo que ha llegado la hora de que se respete al traductor como autor, y de que haya un reconocimiento a la profesión. En general, uno de los problemas que nos encontramos con más frecuencia es el de la invisibilidad: podemos pasar medio año preparando una edición crítica, y luego sale una reseña y se ignora por completo nuestro trabajo", denuncia. Por otro lado, "es una labor dura, pero apasionante. Inventarse la voz de una persona en tu idioma, seguir oyéndola en español, es un poco como convertirte en ella".

escuela de escritores. Son muchos los traductores que coinciden en señalar a la traducción como un extraordinario banco de pruebas para un escritor. Y no son pocos los escritores afincados en la ciudad que han probado fortuna en los predios de la traducción. Aquilino Duque, por ejemplo, ha vertido al español nada menos que a Thomas Mann o Luis de Camoes, entre otros. Juan Bonilla ha hecho lo propio con T. S. Eliot, Graham Greene o J. M. Coetzee; Eduardo Jordá, con Joseph Conrad y Robert Louis Stevenson, pero también del catalán con Josep Maria de Sagarra y a Blai Bonet; el poeta visual y galerista Pablo del Barco ha traducido a grandes maestros del potugués -Fernando Pessoa, Cabral de Melo, Drummond de Andrade, Machado de Assis, Mourao Ferreira, Chico Buarque, Rubem Fonseca...-, mientras que el argentino sevillanizado René Palacios More, a la sazón novelista, lo ha hecho con gigantes como Charles Baudelaire, Ezra Pound, Jack London o Vinicius de Moraes.

Para Antonio Rivero Taravillo, uno de los profesionales más activos de la ciudad, la traducción no sólo no está reñida con la creación, sino que ambas se complementan. "Para mí la poesía es una droga, y la traducción algo así como su metadona", comenta. Y respecto a la cuestión de si la capital hispalense es o no un buen sitio para un traductor, no duda: "Cuando traduzco, no vivo en Sevilla ni en el presente. Vivo en el lugar y en el tiempo del autor que tenga entre manos", asegura.

No quedaría completa esta lista sin subrayar la aportación del poeta y profesor José Antonio Moreno Jurado, responsable de versiones del griego tan logradas como las de Odysseas Elytis, Yorgos Seferis, y varios clásicos latinos, así como la de José Luis Reina Palazón, traductor de La Puebla de Cazalla que cuenta en su cartera de autores con nombres como Pasternak, Enzensberger, Cocteau, Mallarmé, Rilke, Paul Celan, Marina Tsvietáieva o Gottfried Benn.

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