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Atlas de los Nombres Verdaderos

Acaba de salir al mercado un mapa donde los nombres de ciudades, ríos y países han sido cambiados por los que debieran tener según la etimología. ¿Le gusta la idea de vivir en Villabaja?

el 16 sep 2009 / 07:43 h.

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Si ya es difícil ponerle letra al him- no de España, imagínese tener que pensar una para el País de los Conejos (Hispania), que es como se llamaría esta nación si se hubieran conservado, adaptadas al castellano actual, las denominaciones originales de cada sitio. Aparte de la diversión pasajera de curiosear a través de esa nomenclatura rara, el mapa creado por una firma alemana llamada Kalimedia bajo el título Atlas de los Nombres Verdaderos plantea la duda de si al sevillano actual, por ejemplo, le interesaría adecuar su vida a los dictados de la etimología. Y no ya porque Sevilla, en dicho supuesto, se llamaría Villabaja (con lo que se perdería en impacto de la marca amén de en prestigio entre los pueblos más rápidos en limpiar sus paelleras), sino por los molestísimos trastornos que ello podría causar en la vida diaria.

Las dimensiones de dicha molestia serían de aúpa, a poco que se conjeture durante medio minuto sobre ello. Lo menos grave sería acostumbrarse a los nuevos (¿o viejos?) nombres de los lugares que ya tenía uno más que aprendidos: en vez de Umbrete, Paraje en Sombras; Alanís sería Tierra Fértil; La Algaba, El Bosque; Bollullos dejaría de ser Bollullos y se cambiaría por Torrecilla. Torrecilla de la Mitación. De la toponimia tomareña no se sabe mucho, pero lo mismo Tomares tendría que llamarse Tumba. ¿Tomaría alguien mosto de Tumba, de ser ése el caso? Apuesten a que no.

Con todo, esto sería, como se ha dicho, lo menos pernicioso para la población. Si todas las palabras empezaran a significar lo que en un principio quisieron decir, el colapso estaría servido. Imagínese que estuviera en un bar de copas charlando con alguien de su mismo sexo y este alguien le preguntase a usted si entiende. Lo último que debería hacer por toda respuesta sería saltarle a los morros como anticipo de una noche loca: en realidad, esa persona le estaría preguntando si tiende usted dentro de casa (in-tendere). De cosas más extrañas se habla en los bares. También debería tener mucho cuidado antes de invitar a alguien a almorzar, porque le estaría proponiendo un mordisco (al-morsum), cosa que en algunos barrios de Sevilla puede interpretarse como una afrenta.

¿Cómo cambiaría el mundo conocido si coito fuese irse con otro; si emular significara rivalizar con alguien por envidia; si arroba fuese la cuarta parte de un todo o si para amenazar de forma etimológicamente correcta tuviera uno que levantarse o, al menos, hacer amago de ponerse de pie, en plan te voy a dar? Una persona en su apogeo estaría lo más lejos posible de la Tierra, así que no podría emplearse como halago más que con los miembros de la NASA. ¿Quién diría que le han metido una bacalada, viniendo esa palabra del gaélico pértiga? Si a un torero se le pidiese que hiciera una faena de antología (o sea, de anthos y logos), éste no tendría más remedio que arrojar el capote y la montera y, ante el auditorio silente de la plaza y el estupor del toro, ponerse a declamar un bello discurso sobre las flores. ¿Llevaría a los niños a los cacharritos, sabiendo que los estaría condenando a cocerse en un pequeño puchero? Hay padres para todo. Pero por lo que ya no pasaría el sevillano es por devolver a la palabra feria su sentido inicial: yo llevo, yo ofrezco, yo invito.

El Atlas de los Nombres Verdaderos no siempre atina, como él mismo reconoce. Sevilla, por ejemplo, bien podría ser La Llanura, o Lugar sobre las Aguas, quién sabe. El formato es muy cómodo: típico mapa de carreteras, ideal para llevar en la guantera no ya de un coche, sino de un carruaje tirado por unicornios con un elfo de copiloto, que es lo que pega para deplazarse por lugares como País de Humanos, San Dios Acrecentará, País de los Deforestadores de Maleza, Pueblo del Viento del Sur, Monte del Destino o Ciudad del Ombligo de la Luna. Una preciosidad de idea... siempre que se quede como un bonito póster para la biblioteca o se use como herramienta para comprender la ciencia del origen de las palabras.

De utilidad:

Qué: el Atlas de los Nombres Verdaderos.

Quién: La empresa alemana Kalimedia, Stephan Hormes & Silke Peust.

Cómo: Un mapamundi donde las denominaciones oficiales de cada lugar han sido sustituidas por su significado etimológico o bien por el del nombre que tuvieron en sus orígenes. Hay dos mapas: el de Europa y el del mundo.

Dónde: Los pedidos se pueden hacer por correo electrónico o por teléfono. En el primer caso, llamando al móvil 0177 7282716. En el segundo, escribiendo a la dirección kalimedia@web.de.

Cuánto: Cada ejemplar desplegable, de 40x56 centímetros, cuesta 6 euros.

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