Sus aguas se amansan y muestran su más plena quietud tras dejar atrás a Sevilla, con la que tantas historias ha compartido durante siglos. Su sereno caudal sólo se ve alterado por las mareas que llegan desde el Atlántico y que alcanzan hasta el primer obstáculo interpuesto por el hombre en su curso: la presa de Alcalá del Río. Para mitigar los efectos de estas mareas, el hombre se las ha ingeniado para evitar el arrastre de las arenas, instalando en sus orillas las tradicionales estacas que forman parte ya de su paisaje.
