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Autoengaño, desdichada fantasía

Como cada año, la época estival representa para muchas personas, aunque no para todas, un pequeño paréntesis en el trasiego cotidiano. Experimentaremos, aunque sea por tan sólo unos días, un cambio de rutina. El contexto actual, menos propicio al frenesí, puede favorecer un descanso más sosegado.

el 16 sep 2009 / 05:38 h.

Como cada año, la época estival representa para muchas personas, aunque no para todas, un pequeño paréntesis en el trasiego cotidiano. Experimentaremos, aunque sea por tan sólo unos días, un cambio de rutina. El contexto actual, menos propicio al frenesí, puede favorecer un descanso más sosegado. Y así, cuando el transcurrir de los días se haga más pausado, habrá tiempo para la calma. La lectura, el pasear, la buena compañía, los lugares agradables, la desobediencia al ritmo que marcan las horas, pertenecen a este efímero episodio vital. También, habrá tiempo para pensar el mundo real, para la reflexión serena.

Hace unos días se dio a conocer, a través de los medios de comunicación, el resultado de un trabajo, editado por el Centro de Estudios Andaluces, titulado El vandalismo como fenómeno emergente en las grandes ciudades andaluzas. En él se habla de este fenómeno y de su evolución en las capitales de provincia de Andalucía. Se concluye, entre otras cuestiones, que "los actos de vandalismo constituyen un claro indicador de la exclusión social que tiene lugar en nuestras ciudades, por más que se les condene y criminalice como actos brutales e ilógicos". Encuentro poco discutible el hecho de que las situaciones de marginalidad, de exclusión, son una expresión de violencia y, en consecuencia, pueden favorecer brotes vandálicos. Sin embargo, es menos sostenible la relación de causalidad entre ambos. Es más, considero que insistir en ello conlleva más inconvenientes que ventajas.

Ciertamente, los poderes públicos son responsables en cuanto a permitir la existencia de bolsas de exclusión y de pobreza, y no priorizar su eliminación por encima de todo lo demás. No es posible aspirar a una ciudad decente, regida por la buena vida y el buen gobierno, si no se es capaz de poner en funcionamiento mecanismos de inclusión eficaces. Medidas que impidan que sectores de la población queden erradicados, situados al margen. Pero esto no puede justificar aquellos actos que vulneran sistemáticamente las más elementales reglas de convivencia y muestran un desprecio indolente por lo público. Son cosas distintas. Deben serlo.

La consideración de personas y colectivos como entes victimizados, y no como seres libres y responsables, dificulta la gestión de fenómenos complejos como éste. Las personas quedan estigmatizadas y las conductas indemnes. El autoengaño, ejercicio consciente, en ocasiones puede ser útil, en otras no tanto. En cualquier caso, muestra escaso interés por enfrentarse a los hechos. Cuando asumimos la vida, con toda su crudeza, nos distanciamos de un pensamiento placentero (wishful thinking), menos exigente. Walt Whitman decía que "?podría vivir entre los animales, son tan secretos y tan plácidos? No se atormentan, ni se quejan de su condición. No se quedan despiertos toda la noche, ni lamentan sus culpas". Es una opción. Pero esto nos alejaría de la dicha y la desdicha, de la conciencia de la muerte y de la exaltación de la vida, de la moral, de la cultura, del deseo, en definitiva de la existencia.

Doctor en Economía. acore@us.es

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