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¡Ay, aquellos velatorios!

Los velorios ya no son lo que eran. Ahora vas a velar a un muerto y como tienes que ir a un tanatorio, empiezan pronto los problemas. "¿Estará en el de San Jerónimo o en el de la SE-30?", preguntas a quien te da la noticia de la defunción.

el 15 sep 2009 / 06:05 h.

Los velorios ya no son lo que eran. Ahora vas a velar a un muerto y como tienes que ir a un tanatorio, empiezan pronto los problemas. "¿Estará en el de San Jerónimo o en el de la SE-30?", preguntas a quien te da la noticia de la defunción. "Creo que en el de San Jerónimo", contesta. Cuando llegas y consultas, alguien con cara de haberse salido del ataúd te dice que allí no hay ningún cadáver con ese nombre. Cuando por fin encuentras al interfecto, estás que te mueres de fatiga y te dan ganas de quedarte allí para ahorrarle gastos a tu familia.

El tanatorio es un lugar frío, deshumanizado, sin vida, je, je. Para velatorios, los de antes. Los chiquillos nos volvíamos locos cuando alguien estiraba la pata en el pueblo, porque los velatorios eran más animados que los bautizos y no tenías que llevar el obligado donativo. Como no había dinero, el bautizo se resolvía con una garrafa de mosto, altramuces y mortadela; el padrino se llenaba los bolsillos de perras chicas para dárnoslas, arrojándolas debajo de los carros para reírse viendo cómo nos desollábamos las rodillas. De Berlanga. En cambio, en los velorios había dulcería, aguardiente y café a raudales.

Si un mismo día se velaba a un muerto y había un bautizo, siempre íbamos al velatorio porque, además de que nos poníamos de la muerte, se contaban anécdotas muy graciosas sobre el finado. En una ocasión se velaba un cadáver y alguien narró una vivencia con el fallecido, que estaba solo en una habitación contigua al salón. Cuando acabó el relato de la historieta, salió una voz de la sala diciendo: "Eso no fue así". Creyendo todos que era el muerto el que replicaba, a algunos les faltaron piernas para salir pitando. Y no era el extinto, sino su cuñado que, con la melopea, decidió que había que animar el velatorio y se metió debajo del catre en el que yacía el muerto. La expiración antes era otra cosa. Hoy la palma tu vecino y no te enteras. Cualquier día de estos, alguien me va a dar la noticia de mi propia muerte y voy a tener que decirle: "¡No me digas! Pues yo no sabía que estaba tan malo".

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