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Barack Obama representa el sueño americano del cambio

Si alguien hubiera dicho hace un par de años que un hombre de raza negra y nombre musulmán, criado en una escuela pública de Indonesia y con sólo cuatro años de experiencia de senador se presentaría como candidato a la presidencia de los Estados Unidos y ganaría las elecciones del 4 de noviembre nadie le creería.

el 15 sep 2009 / 17:57 h.

Si alguien hubiera dicho hace un par de años que un hombre de raza negra y nombre musulmán, criado en una escuela pública de Indonesia y con sólo cuatro años de experiencia de senador se presentaría como candidato a la presidencia de los Estados Unidos y ganaría las elecciones del 4 de noviembre nadie le creería. Ayer, una buena parte de la opinión pública mundial celebraba con entusiasmo la victoria de Barack Hussein Obama e interpretaba su triunfo ante el republicano John Mc Cain como la culminación de un sueño y el inicio de una nueva era.

Palabras grandilocuentes para el final de una larguísima carrera electoral que acababa ayer en Chicago con un discurso en el que Obama proclamaba ante miles de seguidores que el cambio había llegado a América, una frase que destilaba el sabor de los guiones del viejo Hollywood en los que, al más puro estilo de Frank Capra, un hombre sorteaba todos los obstáculos que se interponían en su camino hasta alcanzar su sueño.

La victoria de Barack Obama representa el cambio de una sociedad que rechaza hasta la visceralidad la gestión de los neocons de George Bush. Pero también constituye el triunfo de un candidato que ha culminado con éxito una campaña que pasará a los manuales de estrategia política y el de un pueblo que ha dado un ejemplo de viveza y dinamismo electoral.

En los casi dos años de campaña electoral, Barack Obama ha sabido trasladar su mensaje de cambio y de unidad y ha superado el inevitable debate generado en torno al color de su piel hasta convertirse en el primer presidente afroamericano de la historia. En este tiempo, ha tenido la serenidad de situarse por encima de confrontaciones estériles y ha demostrado una innata capacidad para el diálogo y la negociación, seguramente forjada en su trabajo en los suburbios marginales de Chicago.

Pero todas estas virtudes que le han convertido en un candidato de altísimo nivel no le hubieran servido por sí solas si no hubiera demostrado además otras dos virtudes: un liderazgo basado en la formación y gestión de equipos y la comprensión de que podía consolidar sus posibilidades si sabía librar la batalla en las redes sociales de internet.

Obama vive ahora un sueño del que tendrá que despertar de inmediato. George Bush deja un país azotado por una crisis financiera que está dejando a miles de familias sin empleo y sin hogar, con las arcas semivacías por la ayuda extraordinaria a los bancos y por la factura de la guerra de Irak, cuyo coste se acerca ya al billón de dólares, y con una imagen exterior arruinada tras ocho años de unilateralismo.

Las esperanzas colectivas depositadas en su persona son tan grandes que difícilmente serán satisfechas en su totalidad. Pero Obama cuenta con dos factores a favor. La ilusión colectiva de un pueblo que ha apostado por un mensaje reformista que se ancla en los ideales de esta nación emprendedora y, en el exterior, el apoyo más que amplio de una comunidad internacional, y aquí se incluye a España, deseosa de establecer unas relaciones basadas en un entendimiento alejado de las imposiciones del gobierno de George Bush y Dick Cheney.

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