Hay veces que no se sabe cómo empezaron las cosas pero otras puede seguirse perfectamente su evolución con sólo pararse a recordar los hechos y encadenarlos. El problema de la prolongada errabundia de los cientos de chabolistas que peregrinan en Sevilla en el pantanoso territorio entre Gog y Magog comenzó hace varios años cuando a alguien se le ocurrió la feliz idea de dar a cada cabeza de familia unos cuantos miles de euros en efectivo para que salieran de Los Bermejales y se fueran con la pólvora a otra parte.
Cuál sería esa otra parte estaba ya escrito: no podía tratarse de otra que de Las Tres Mil porque los mapas del desarraigo y la marginación no los trazan los urbanistas sino los tiralíneas de un "mondo cane" que, aparentemente, va por libre, sin tener en cuenta los circuitos de esos mundos (primero, segundo, tercero...) en los que la economía y los tratados internacionales han dividido a éste en el que vivimos, duran más que los pegous y los potaus. En el orden del tráfico de las carreteras podemos rozar la perfección pero en otros tráficos parece imposible establecer reglas gobierne quien gobierne.
En ellos no hubo nunca gremios o sindicatos, ni letras bancarias, ni hipotecas; sólo compradores que pagan con dinero contante y sonante mercancías prohibidas y, una vez realizada la operación, salen de ese mundo para volver a acomodarse tranquilamente en el de la hipocresía y desde él clamar contra la incapacidad de terminar con los tiroteos en plena calle y las reyertas entre camellos. Los billetes por valor de cuarenta y tantos mil euros que se dieron para cambiar de asentamiento tenían el mismo color de los otros, formaban parte, para mentes sumergidas en el mar del encanallamiento, del barro de su fondo. Era el barro que ha traído este lodo.
Antonio Zoido es escritor e historiador