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Belén, las colas del belén

Todo lo que hay que saber antes de visitar el nacimiento napolitano de Cajasol en la Plaza de San Francisco.

el 18 dic 2013 / 20:53 h.

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15350620 A los sevillanos les gusta más una cola que un paso. Nadie deberá extrañarse si, cualquier día de estos, aparece por ahí un psiquiatra preguntándose retóricamente qué es una procesión, sino una ringla de gente ordenada por antigüedad (o sea, una cola), y qué es la papeleta de sitio sino un número de turno como los de esos dispensadores rojos colgados en la pescadería. Desde la Expo para acá, el que haya una asombrosa cantidad de gente en fila para hacer algo, por mucho que haya que aguardar, no disuade sino que estimula al vecindario. No en vano esta tierra tiene muy desarrollado el sentido del sacrificio. Con esta consideración por delante, se comprende que el belén de Cajasol haya gozado siempre de un prestigio descomunal. La otra tarde llegaban las colas a la calle Álvarez Quintero. La cuestión es si semejante derroche de humanidad está justificado, más allá de la pasión (rayana en la concupiscencia) de los sevillanos por las colas. No hay una respuesta rotunda para esa duda. Sí está claro que, dentro de muchos años, ningún anciano en su lecho de muerte asirá tembloroso la mano de su nietecillo para decirle, atragantado por la emoción: Ni un solo día dejé de pensar en el belén de Cajasol de 2013. Eso no va a suceder. Y sin embargo, al espectáculo no le falta encanto, ni dulzura, ni esa afición a la magnificencia que tanto gusta en los nacimientos institucionales: el paje de la comitiva real que porta un colmillo de elefante y ese otro sirviente que lleva consigo un tigre de Bengala; el despliegue de ángeles sobre el establo; la castañera gorda rebozada en brocados; la casa de las hilanderas, que más se asemeja a una villa romana; el pedazo de olivo donde el ángel anuncia la buenanueva a los pastores; la banda de músicos turcos que lleva el rey Baltasar. Todo ello, faltaría más, bajo la luz cambiante de la noche al día y viceversa, atracción que lleva ya algunos años siendo el último grito en belenismo de alcurnia. 15350622Lo peor de ir a ver belenes es que, por lo general, la gente que viene detrás en la cola suele ir medio empujando. No es culpa suya: es el estrés imperante. Por lo general, arrojan tosecillas como para echar en cara que uno no sea del todo transparente. Si pueden, te van golpeando con globos u otros enseres que tengan a mano. Pero, sobre todo, van transmitiendo permanentemente la sensación agobiante de que no hay mejor rasgo de civismo que pasar por delante de un nacimiento a paso de legionario. Si uno logra abstraerse de esa presión infame y se detiene a mirar con calma (que para eso se ha tragado la cola), lo que hasta ese momento era una sucesión de escenas más o menos despampanantes se transforma en una deliciosa colección de guiños: el recogevasos de la posada, el tío durmiendo en una buhardilla, el perrillo en estado de alerta al pie del puesto de chacinas, el cesto de melones junto a los pastores o el gatito de angora que se pasea delante del pesebre, indiferente a la magnitud del acontecimiento. En el lado extravagante del asunto, hay que destacar la morfología de las figuritas. Estas se hallan milagrosamente dotadas, en su mayoría, de brazos de extraordinaria longitud y con tres articulaciones: muñeca, codo y antecodo. Parece tratarse de una peculiaridad de los belenes napolitanos, de los que la Fundación Cajasol se ha convertido en toda una autoridad a la luz de la que lía todos los años por estas fechas en su sede de la Plaza de San Francisco. Son, como recuerda la propaganda de la casa, más de cien piezas repartidas en cuatro escenarios que suman, en total, 60 metros cuadrados. La estructura cúbica ocupa el centro del patio, a modo de una gran tienda oriental, y los costados están ambientados como si fuesen una especie de mercado de telas y especias. A todas luces, este nacimiento va camino de ser el segundo más frecuentado de la historia después del original: 150.000 visitas solo el año pasado. Esta información, así dicha, puede resultar espeluznante. Con solo imaginarlo, ya empieza a sudarle la frente a ese paisano raso que ha prometido a su prole llevarlos religiosamente a verlo el próximo fin de semana, figurándose que aquello no es el belén de Cajasol, sino el de Cecil B. DeMille. Pero también hay trucos: a más de uno le puede interesar, en plan sugerencia, que si el horario de visitas va desde las once de la mañana hasta las nueve de la noche, ininterrumpidamente, a primera hora no hay allí ni el beduino. Eso está siendo así al menos esta semana, y siempre a falta de que a los niños les den las vacaciones. Otra cosa es lo que pueda pasar cuando abran las puertas de los colegios el próximo viernes. [Quizá no va nadie por la mañana porque no hay colas. Va a ser eso.]

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