Por las trazas, y a la vista de los datos más recientes, el Betis parece adentrarse en un pequeño pantano. Si no es de resultados (todavía), sí se reciben señales de que el equipo va entrando en trance de empanada mental.
Lo que pasó en los primeros 20 minutos de Soria se repitió ayer en el último cuarto de hora: con el agravante de que en Soria se pudo poner remedio, y ayer volaron dos puntos. Quizá hubiera sido más merecido el empate en Soria y, ayer, el amarre del triunfo ante el Barça pequeñín. Pero éstas son lentejas, y no vienen los tiempos como para desdeñar un botín de cuatro puntos en dos jornadas.
El problema tiene pinta de una crisis de inestabilidad contagiosa. Hasta ahora, el equipo del Betis había girado como un bloque bastante monolítico, en la palma de la mano de José Mel Pérez. Ha bastado que esa mano de Mel, la mano que mece la cuna de este Betis, empiece a crisparse en una serie de cortocircuitos... para que la transmisión de esa crisis afecte al equipo, que empieza a parpadear o emitir destellos, como a punto de fundirse.
Las aguas empezaron a agitarse en torno a Mel justo antes del viaje a Soria; allí hubo remolinos y al regreso apuntó fuerte marejada, con el nombre de Míchel entre las olas y, al fondo, el torbellino accionarial y estructural que va a promover otro cambio de poderes en la entidad: sin saberse hasta cuándo ni cómo...
A ver qué equipo mantiene un paso de carga, como el Betis viene haciendo, en una situación crispada que multiplica denuncias exteriores e interiores, donde el horizonte de los pagos ofrece señales oscuras y no hay reparos en despacharse con tacos o barbaridades de puertas adentro y puertas afuera.
Hasta ahora, el Betis de Mel ha flotado, ha resistido. Pero esta situación es un monstruo de cien cabezas. No se ve controlable: ni a 15 asaltos... ni a 20. Si el equipo del Betis doma al monstruo, a la situación, entonces podrá ascender. Sería su mayor éxito, sería un éxito histórico.