Ellas lo muestran como un acto de fe, pero lo cierto es que se antoja complicado encontrar el sentido a que tres jóvenes, con la veintena de años recién cumplidos, se hayan convencido de cruzar todo el Atlántico para vivir en España una experiencia que, aseguran, jamás podrán olvidar. Fátima, Lizette y Yazmin han aterrizado estos días en la localidad de Camas para disfrutar de la celebración de los Días en la Diócesis, antes de fundirse entre el millón de peregrinos que participarán de la visita de Benedicto XVI a Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
Desde su llegada al pueblo no han faltado las muestras de afecto de la mayoría de los vecinos, que han recibido a este grupo de mexicanos como si estuvieran en su propia casa. Hasta el Ayuntamiento les ha dado la bienvenida colocando una bandera tricolor en su balcón, algo que no habían hecho ni siquiera con la visita de los cónsules de otros países. Ellas, junto al resto de peregrinos llegados desde México -algo más de 200-, disfrutan estos días del calor que les han tributado varias familias de acogida, que han abierto las puertas de sus casas para que vivan una experiencia que les resultará única.
Juanmi Gómez es uno de esos sevillanos que no ha dudado en hacerlo. Sin pensárselo dos veces ha convertido su casa en un verdadero hogar para estos peregrinos, que disfrutan encantados de su nueva vida entre las costumbres sevillanas. "Anoche cenaron tortilla de patatas. Les encantó. Pero el menú no se quedará ahí porque van a comer salmorejo, paella, ajoblanco, pescaíto frito. Todo lo típico", cuenta Juanmi. La decisión la tomó él, antes de consultar a su madre y a su hermano pequeño, quienes aceptaron encantados. No ha pesado ni el hecho de estar en medio de una mudanza, ni el tener que meter en un piso para tres personas o ocho durante varios días. "Aunque sean personas desconocidas, sabes que comparten tu misma fe, y eso es motivo suficiente para abrir las puertas", revela.
Y claro, ellas agradecidas han colmado a su anfitrión de regalos venidos desde más allá del océano, decorando la casa de Juanmi entre imágenes de la Virgen de Guadalupe y dulces típicos, que han hecho las delicias de los que los han probado. Es una muestra más de las experiencias compartidas que están enriqueciendo de sobremanera este viaje tan especial. Hasta las noches han dejado a un lado la fiesta y la botellona para convertirse en un periodo de vivencias sobre las distintas formas de vivir una misma fe.
Sus primeras horas en Sevilla no han dejado de sorprenderlas. "Es impresionante ver por aquí el carisma de las personas, que te saludan por la calle y te dicen tienes que ir a visitar tal monumento o probar tal cosa. Para nosotros es raro que la gente sea tan amable", explica entusiasmada Lizette. Y es que la nueva cultura que se abre ante sus ojos es para ellas también otra de las recompensas de este viaje. Pero claro, como buenas invitadas, planean devolver a Juanmi y su familia todas las atenciones prestadas con la preparación de una cena típicamente mexicana. "Es una sorpresa, pero estamos seguras de que les va a encantar. Aunque será sin mucho pique", revela Fátima. Lo que no está del todo claro es si el padre Luis, un sacerdote que las acompaña, será parte también de esta experiencia culinaria. Él sí fue homenajeado por el pueblo ayer sábado, día en que conmemora sus seis años como cura.
A pesar del cansancio, las tres peregrinas no cesan en su ilusión por conocer todo lo que la ciudad y sus jóvenes tienen guardado. Han recorrido 9.500 kilómetros, la distancia que separa Monterrey -su localidad de origen- de Sevilla, o lo mismo que separa al Guadalquivir de otros puntos tan distintas como Pekín o Buenos Aires. En total, casi dos días de viaje que no han sido ningún revés en una aventura que no ha hecho más que comenzar.
Llegar hasta Sevilla no ha sido fácil para los peregrinos. Yazmine, una joven mexicana de 21 años, es un vivo ejemplo de ello. De una familia con pocos recursos, la aventura de participar en la Jornada Mundial de la Juventud ha supuesto para ella un reto: buscar más de 2.000 euros para financiar el viaje. “Todo empezó hace dos años cuando, aunque me tomaban por loca, dije que estaría aquí”, recuerda. Lo ha logrado gracias a esa actitud constante que la ha empujado a vender dulces, comida, ropa y hasta a ser expulsada de un estadio por estas prácticas. Cosas de niños. Ya en Sevilla, su rostro de felicidad es el vivo ejemplo de que tanto esfuerzo al final tiene recompensa.