Intratable en Liga. Indomable en el Ruiz de Lopera. Eléctrico en Copa. El Real Betis es un fandango. Una alegría. Una saeta cuartelera cuando su escudo camina por Andalucía. Y rumbo a la Alhambra lanzó un quejío.
Con una pléyade de canteranos. El madrileño Pepe Mel, sevillanizado por devoción e inspiración, buscó la hazaña copera en Los Cármenes.
Con el aliento de Sierra Nevada bajo el abrigo del Zaidín, Beñat, Isidoro e Israel asieron la espada y se lanzaron a la conquista de Granada, allí donde Boabdil suspiró la primera saeta de raíces árabes.
Como las del cantaor José Maldonado Maldonado, Pepe Albaicín. "Graná, mi Graná", que suspiraba cuando la Esperanza, fiel a la tradición de Martes Santo, se adentraba en el corazón de la calle Elvira. Y ahí nació el mito, el del grupo Los Puntos y Antonio Gala.
Con olor a romero camino de Recogidas. Y el Betis buscó el abolengo canterano en Graná, ciudad embrujada y que embruja. Con Pepe León en el palco y Luis Oliver en la sombra. Con Israel de accidental delantero y Fernando Vega de capitán general. Fue un suspiro. Un aliento preñado de fe el que exhaló Dorado tras el penalti decisivo.
El Betis, huérfano de plantilla y plagado de calidad, perpetró el golpe cuando Emana asió la manija. Se postró en el Suspiro del Moro y allí lanzó su plegaria. Como Antonio Muñoz Molina camino de San Lorenzo.
Luis Oliver, representante de Bitton Sport y enigma corporativo del consejo, criticó a Pepe Mel, tipo de principios y creencias, por exigir aquello que considera justo. Como hacía Manuel Ávila de Montefrío, aquel bohemio del flamenco que amaba Andalucía y lloraba en la Plaza de Bib-Rambla en plena dictadura.
Y Mel sólo pidió un delantero con el que abrochar una plantilla con argumentos, aunque sedienta de variantes para soportar el hostigado ritmo de la Liga y la Copa, aquella que brindará una noche de magia si el próximo rival claudica ante el escudo de las trece barras.
