A un niño no se le puede dejar el control de un arma. Ni al mercado el cuidado de las vidas humanas. Se dice hasta la saciedad que la ambición individual es una fuerte garantía porque nadie quiere perder dinero y, por ello, ha de cuidar a la clientela. Pero la ambición es ambición y nunca deja de serlo. A un niño se le repite que no corra de ese modo o caerá. Si cae, aprende. No pasa nada. Pero no podemos aplicar el mismo principio cuando lo que hace el niño es asomarse peligrosamente por un precipicio.
La tragedia de Barajas muestra otro ejemplo de lo que ocurre cuando al mercado se le deja el control de las vidas de las personas. Y no es retórica. Es rabia y desesperación. Es una sangrienta bofetada de realidad.
En ese avión viajaba Inés Placeres, una luz que ha dejado a oscuras a mucha gente. Inés la luchadora, la profesora, la amiga, la instigadora de mucho bien a su alrededor, la que viaja a los foros y se mezcla con las comunidades. La ambición de otros nos la ha arrebatado. No hay psicólogos suficientes para tratar no sólo a su familia, si no a la mucha gente que va a sufrir el hueco de su ausencia por las aulas, las aceras y las casas.