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¡Bonita playa!

Un tiburón peregrino acaba de aparecer en Menorca. Se preguntará el sevillano si su playa de toda la vida está libre de sustos. Pues... no del todo.

el 16 sep 2009 / 04:55 h.

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Si este verano, bañándose en su playa preferida y haciendo como que nada, descubre en lontananza una aleta oscura que sobresale del agua, no se preocupe: la mayoría de las 86 especies de tiburón que frecuentan el litoral andaluz son inofensivas pese al impresionante tamaño de algunos de sus ejemplares. En realidad, es muy poco probable que sea, por ejemplo, un gran tiburón blanco como el que protagonizó en Tarifa (Cádiz), no hace demasiado tiempo, uno de los dos únicos casos registrados de ataques de escualos a bañistas en las costas de España. Con todo, conviene que sepa que sobresaltos como el vivido ayer en Menorca, con la aparición de un tiburón peregrino (más inofensivo que un gato de peluche, pero imponente) son muy posibles en las playas de Cádiz y Huelva.

Quizá no entrañen tanto peligro como los desaprensivos que usan las motos acuáticas para hacer el cafre, pero asustan más.

Lo de Tarifa no se ha repetido, que se sepa. Eran las once menos cinco de la mañana del 18 de marzo de 1986 cuando el surfista J.L.P.D. fue arrojado de su tabla por un golpe tremendo y mordido en una pierna, que acabaría siéndole amputada, por un tiburón blanco de tres metros y medio que, gracias a la Providencia, inmediatamente se arrepintió de comer entre horas y decidió marcharse mar adentro.

Medusas cuya presencia se recrece en las costas cada vez más cálidas, escualos inofensivos que animan los telediarios... son sólo la anécdota de un mar plagado de criaturas de toda condición y que no es en absoluto un lugar seguro, aunque rara vez quede de manifiesto. Y por si fuera poco, mitos y leyendas no hacen sino contribuir a desconfiar de ese océano cuya bravura no logra disimular el suave oleaje que muere en la arena de las playas, en plena algarabía de chiquillos.

Consultado sobre esas leyendas de estrañas criaturas que la tradición dice que habitan las costas, el mejor investigador y divulgador sevillano de misterios, José Manuel García Bautista, aporta un relato espeluznante que tiene como escenario las aguas de Cádiz, aunque para comenzar esta historia haya que remontarse más de tres siglos en el tiempo y dirigirse ni más ni menos que al municipio cántabro de Liérganes. De allí era y allí vivía el joven Francisco de la Vega Casar, hasta que emigró a Vizcaya para meterse de aprendiz con un carpintero. Enamorado del mar, en la noche de San Juan de 1674 se fue a la playa a celebrar la festividad con sus amigos y, tras desnudarse y meterse en el agua, desapareció y no volvió a ser visto.

El suceso habría quedado como un caso más de ahogamiento si no fuese porque Francisco de la Vega volvió a aparecer años después. Lo capturaron con sus redes unos pescadores delante de la costa de Cádiz. No sólo estaba vivo, sino que había adquirido rasgos de la fisonomía de un pez: una delgada línea de escamas recorría su columna, su piel era blanquecina y entre sus dedos se habían desarrollado membranas. Acababan de pescar a la extraña criatura que había estado atemorizando a los marineros y sobre la que se había forjado la leyenda de un formidable pez de casi dos metros dotado de brazos y apariencia humana.

Identificado su origen por peripecias que requerirían una larga narración, la criatura fue trasladada a su Liérganes natal, donde poco a poco, al tiempo que iba recuperando sus hábitos de hombre y algo de vocabulario que entonaba de tarde en tarde y sin dar muestras de entender, iba también languideciendo y muriéndose en vida. Así estuvo nueve años. Pasado ese tiempo, cuenta García Bautista que "una tarde, Francisco de la Vega dio un grito más propio de una bestia que de un hombre. Como poseído por un extraño instinto, echó a correr en dirección al río Miera. Nadie pudo detenerlo. Llegó al río, se zambulló en él y nunca más se supo". Diez duros a que se volvió a Cádiz.

Las leyendas como ésta no son sino manifestaciones arquetípicas del respeto y el misterio que el mar infunde en los humanos. Hoy, el encanto de esos viejos relatos ha sido aniquilado por la frialdad del dato periodístico que señala, por ejemplo, cómo el 3 de agosto de 2003, en plena temporada de veraneantes, fue visto un grupo de tintoreras o tiburones azules a apenas diez metros de la orilla en una playa de Algeciras. Los bañistas fueron alertados de inmediato para que salieran del agua y la bandera roja ondeó durante unos días, por precaución, mientras la Guardia Civil, la Policía Municipal y Protección Civil buscaban infructuosamente a los intrusos.

¿Había que temer algo de ellos? Pues sí. La tintorera, o tiburón azul por la tonalidad intensa de su lomo, no sólo es descomunal (puede medir siete metros) sino peligroso para las personas. Añádase a eso su impresionante agilidad y su cuerpo adaptado hasta el último milímetro a su condición de depredador marino y cotéjese con las dotes hidrodinámicas y natatorias de la dama o el caballero que entran a darse un remojón y el drama estará servido.

Pero no hay que temer porque, de momento, parece que sólo las medusas tienen ganas de acercarse a la orilla a incordiar al bañista. Eso sí, no se fíe ni de su sombra. Y si se está bañando y se le acerca mucho otro veraneante, pregúntele si es de Liérganes.

De utilidad

El tiburón peregrino, especie a la que pertenece el avistado ayer en Menorca, puede medir hasta 14 metros, pero sólo come plancton y pequeños crustáceos. Otras criaturas imponentes, por su tamaño, el miedo que dan o el daño que pueden hacer, habitan en las aguas andaluzas. He aquí unos cuantos nombres.

Tintorera: Tiburón azul. Es peligroso. Mide hasta 7 metros y se ha llegado a ver hasta en grupos, pese a ser un animal solitario.

Marrajo: Otro tiburón. Alcanza hasta 4 metros y es de todo menos dócil. Es una especie muy común.

Morena: Cuidado con las zonas rocosas, que es muy agresiva. Algo más de un metro de longitud.

Congrio: Como la anterior, vive en fondos rocosos y su mordedura es de mucho cuidado, aunque es de hábitos nocturnos. Tres metros como máximo.

Pez Espada: Muy común. Además de sus seis metros de longitud máxima, su estoque no ayuda a serenar los ánimos suponiendo que uno llegue a encontrárselo. Se acerca a la costa en busca de comida. Es agresivo y voraz.

Águila Marina: Hay tantos tipos de rayas vecinas que no habría sitio suficiente para hablar de ellas. Cuidado con los aguijones, que producen heridas dolorosas.

Pez Toro: Un tiburón costero que puede ser peligroso. Miden hasta cuatro metros, viven a poca profundidad y van en grupos.

Si quiere saber más sobre las especies marinas de las costas andaluzas y españolas en general, visite la web www.viarural.com.es/alimentos/pescados-y-mariscos/default.htm.

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