Como todo tesoro que se precie, no resulta fácil dar con el Herbario de la Universidad de Sevilla. Para hallarlo, sin mapa mediante, el curioso tendrá que perderse por el laberinto de escaleras, pasillos y puertas que componen la Facultad de Biología. Por allí está, casi siempre, su conservador, el profesor Francisco Javier Salgueiro, máximo conocedor de una biblioteca de plantas que está considerada la cuarta en importancia de España.
Ahora imagínese una valiosa colección de primeras ediciones de Cervantes, Larra, Machado, García Lorca... y cambie un ejemplar de Don Quijote por una muestra del Ceratodon purpureus. 'Este herbario es el más importante de la región mediterránea y, por consiguiente, consulta obligada para todos los investigadores que vienen a estudiar la biodiversidad de estos territorios', cuenta Salgueiro mientras deambula por los pasillos de un mausoleo botánico que se antoja inacabable.
"Además de las que están catalogadas tenemos aún unas 150.000 plantas empaquetas que necesitan ser identificadas, fichadas e incluidas en el Herbario", asegura. Y si a esa cifra en proyecto se suman las casi 12.000 plantas reunidas en los llamados 'herbarios históricos', el valor del museo sube varios enteros. Sin embargo, antes de que continúe entusiasmándose con este museo oculto, hay que advertir que, por ahora, no está al alcance del aficionado.
Para remediar este error y conseguir que usted contemple este universo de tallos, rizomas, vainas, espigas y flores con la misma delectación con la que observa un Velázquez, la Hispalense tiene previsto abrir en la avenida de La Raza el Centro de Recursos para el Aprendizaje, una instalación que dará nueva vida a los tesoros que esconde el Herbario.
'Gran parte de la comunidad científica desconoce que en poder de la Hispalense está gran parte de las plantas que se descubrieron durante las expediciones científicas del siglo XVIII', certifica Salgueiro. 'Su difusión -continúa- conseguiría una propaganda importante en el mundo científico'.
Con centenares de muestras provenientes de Andalucía y el Norte de África, el Herbario, que descansa en decenas de arcones e hileras de clasificadores, es la piedra angular del Departamento de Biología Vegetal y Ecología, un lugar en el que día a día trabajan varios becarios de investigación que se dedican con devoción a catalogar miles de plantas, un trabajo que parece inacabable pero sobre el que pende siempre la ilusión de dar el campanazo: ésto es, descubrir una nueva especie.
Sin embargo, el trabajo de botánico no es una tarea dada a los excesos y al nervio. La paciencia y la afición son dos adjetivos que van de la mano. En el herbario, como en las bibliotecas, el tiempo parece detenido. Solo así, con precisión de científico y dedicación casi monacal, pueden alumbrarse obras inmortales como la firmada por el pionero Boutelou, autor de un libro clasificatorio que, probablemente, en otro país, estaría custodiado tras una generosa vitrina de cristal y que, aquí, está en un altillo al cariño del polvo. Afortunadamente, el futuro del Herbario sevillano pinta de color verde. Y éste, aseguran, es el color de la esperanza.