Una de las características del teatro contemporáneo es su empeño por distanciar al espectador de la historia mostrándole abiertamente que asiste a una representación teatral. Esta obra, que nació con la intención de homenajear al teatro, se atreve a llevar esa premisa a sus últimas consecuencias.
El texto de Antonio Álamo, aunque responde a una estructura sumamente compleja con la que nos demuestra el dominio del drama, consigue engarzar tres historias en una para elaborar un relato intencionadamente banal y histriónico que, paradójicamente, consigue homenajear al teatro riéndose hasta de su sombra.
Se trata de una deliciosa burla, un desafiante guiño que pretende confundir la ficción con la realidad mediante la parodia de una supuesta obra teatral inglesa que gira en torno al adulterio. Así, el autor aprovecha para reírse al mismo tiempo del matrimonio y del teatro con un ejercicio de histrionismo exacerbado que sacrifica el contenido en función de destacar, por encima de todo, el mero hecho teatral.
Pepa Gamboa acepta el reto elaborando una puesta en escena que se regodea, con toda una gama de recursos y efectos teatrales, en potenciar el carácter ficticio de la historia. En ese sentido, cabe destacar la escenografía móvil que pasa con habilidad de delimitar el espacio escénico realista de la historia que se sitúa en primer plano al espacio conceptual del teatro.
De la misma manera los actores y actrices delimitan un ritmo frenético colmando la escena de hermosas imágenes mientras asumen una interpretación que pasa por la sobre actuación sin la más mínima concesión. Richard Collins se hace querer, Ana Fernández nos sorprende con una auténtica vis cómica, Joserra Leza derrocha genialidad y Moncho Sánchez Diezma demuestra auténtico dominio del oficio.
