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Saben que el color de la piel es su pasaporte para la miseria. Viven en un país donde menos del uno por ciento de la población posee casi la mitad de la riqueza nacional. Los empresarios ganan 500 veces más que el salario de un trabajador cualificado.

el 16 sep 2009 / 00:46 h.

Saben que el color de la piel es su pasaporte para la miseria. Viven en un país donde menos del uno por ciento de la población posee casi la mitad de la riqueza nacional. Los empresarios ganan 500 veces más que el salario de un trabajador cualificado. Los ricos viven con ostentación, con magníficas residencias y espectaculares barcos donde se asoman enjoyadas bellezas. A pocos metros de estas mansiones, el personal duerme sobre la madera de barracones o sobre la paja de los establos. Las escuelas públicas suelen disfrutar de edificios muy deteriorados, inseguros, sucios, con goteras. Amueblados con restos inservibles que dan la apariencia de almacén de trastos. La matrícula de un centro escolar digno no baja de los 10.000 euros al año. La mayoría de las pésimas viviendas de sus ciudadanos no valen nada, no existe comprador alguno para ellas. Casi la mitad de la población sufre de enfermedades crónicas, debido a la ausencia de un sistema de salud que aplique tratamientos preventivos o curativos básicos. Cerca de 40 millones de personas no gozan de cobertura sanitaria y una cifra similar aparece en la estadística como pobres de solemnidad. Los que han sido soldados en alguna guerra del pasado, malviven gracias a cartillas con cupones para comida.

Esa nación, generosa en gasto de armamento y en guerras, se consume en un déficit exterior colosal. En los últimos treinta años los salarios de los trabajadores no han crecido en términos reales. Más del 15 por ciento de la población no encuentra trabajo. Crecen como hongos los comedores sociales, ante los que se forman colas de indigentes o recién desempleados que han perdido sus casas y la custodia de sus hijos. Sus habitantes están convencidos de que cada vez que China abre una fábrica están condenados a no volver a trabajar en su vida. Las armas proliferan sin control y la violencia es cotidiana. Hay barrios donde la ley no entra y las drogas son parte del paisaje. Por si esto era poco, la corrupción y la avaricia se asoma con frecuencia a los noticieros en forma de quiebras fraudulentas.

Estos son los Estados Unidos de América que el presidente Obama va a representar en la cumbre que se está desarrollando mientras usted lee estas líneas. Un país de gigantescos problemas, hoy menos ensimismado en ese sueño americano definido por ilusiones económicas individuales y en ningún caso de valores morales, hastiada de esas ideas que le han conducido a tanto desastre. Una nación con necesidades más urgentes que el de la mayoría de las naciones del G-20.

Un pueblo cuya suerte futura condicionará nuestras vidas. Un país a la búsqueda de un modelo en el que inspirarse. Una sociedad hambrienta de un futuro que hoy aparece escurridizo entre las inseguridades de los dirigentes mundiales. Demasiada carga para un solo hombre. Ese político cuyas ideas se parecen bastante al contrato social europeo de tan indudable éxito hasta la fecha. Por eso es difícil de entender lo que está pasando. ¿No hay nadie por la cumbre que le pueda echar una mano?

Abogado

opinion@correoandalucia.es

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