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Cádiz

El mar debe ser como el tabaco que una vez se prueba, aunque se aleje uno de él, se sigue necesitando. Y al mar se vuelve con la sensación cierta de que te faltaba algo. No sé lo que es pero hay un momento en que te vienen a la memoria los paseos tras los bloques del Campo del Sur...

el 15 sep 2009 / 09:29 h.

El mar debe ser como el tabaco que una vez se prueba, aunque se aleje uno de él, se sigue necesitando. Y al mar se vuelve con la sensación cierta de que te faltaba algo. No sé lo que es pero hay un momento en que te vienen a la memoria los paseos tras los bloques del Campo del Sur de tu infancia.

Aunque nada es lo que era y antes el mar olía más a mar en las tardes de luces mortecinas. No como ahora que con la luminaria de la playa puedes encontrar no ya los duros antiguos sino la pulsera de pedida de tu abuela.

Es verdad que el mar despliega sus efectos evocadores fuera, digamos, de temporada. En verano la playa es un charco lleno de criaturas pero siempre hay un hueco para plantar tus cosas y echar un rato.

Ya sabrá el lector que cuando hablo del mar estoy hablando de Cádiz. He visto alguna playa más exótica en medio de la nada de un sitio lejano pero una ciudad que tiene a diez minutos del centro una playa virgen como la de Cortadura o una Caleta por donde entraron hace un montón de siglos los fenicios, de esas no hay.

Y estás sentado mirando un mar que guarda la memoria desde Wellington hasta los marinos de Trafalgar, por citar hechos recientes en la larga biografía de la ciudad.

Está Cádiz a reventar de veraneantes, en una suerte de ceremonia igualitaria, de la chancla y la sillita pero la ciudad resiste sin alterar el ritmo de la tarde de la Alameda, del paseo de los gaditanos de solera por la plaza de Mina. Ese Cádiz igual no existe pero yo estoy en él.

Abogado

crosadoc@gmail.com

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