Cajasol, el último gran proyecto de fusión de dos cajas de ahorro andaluzas, cumple su primer año. Y sus directivos, con el presidente Antonio Pulido a la cabeza, tienen buenas razones para celebrar este primer aniversario de una apuesta estratégica para Andalucía en la que muchos no confiaban. Sin embargo, dejando a un lado los reajustes lógicos de una operación bancaria de envergadura -unir dos entidades bancarias con filosofía e implantación distintas- la nueva caja ha vivido su primer año sin grandes sobresaltos y la experiencia merece a estas alturas un notable alto. Se ha logrado con éxito inapelable romper la inercia de dos equipos bien distintos y la sociedad sevillana y onubense han demostrado una gran madurez para digerir una iniciativa bancaria que ha supuesto de entrada un reforzamiento del músculo financiero de ambas provincias. La operación de fusión se ha realizado además en un escenario especialmente complicado por el enfriamiento de la economía que empezó casi al tiempo que cogía cuerpo la nueva entidad, lo cual da aún más valor a al trabajo de los gestores encargados de ejecutar la operación. Cajasol ha logrado hacerse ya una imagen y una marca propias entre los andaluces pese a su corta vida. Y también ha sabido ejecutar con éxito la reorientación del negocio desde el sector del ladrillo al industrial. La renovación completa de los equipos de dirección anteriores a la fusión se ha acometido igualmente sin excesivos traumas. Y supone todo un desmentido para aquéllos que aventuraban catástrofes hace ahora un año. La fusiones bancarias son necesarias para una comunidad que debe tener el peso que le corresponde en el sector financiero estatal e internacional y la experiencia que se ha adquirido en el exitoso alumbramiento de Cajasol debería servir para otras proyectos semejantes en Andalucía. Porque demuestra que la fusiones bancarias no sólo son posibles sino que se pueden consumar con éxito.
